Carlos Marx, en forma peyorativa, llama a clase media “pequeña burguesía”. Una clase social se identifica por el tipo de trabajo que desempeña, el nivel de sus ingresos, su estilo de vida, el destino que da al tiempo libre, sus usos y costumbres, sus concepciones éticas y sus apreciaciones estéticas. También, en este campo de valoraciones, a veces se tienen en cuenta ingredientes étnicos.
La clase media se ubica entre la alta burguesía y el obrerismo, entre los acaudalados y los paupérrimos. Teniendo en cuenta esto último se distinguen tres grados: clase media alta, mediana y baja. Muchos desempeñan trabajos intelectuales que generan ingresos no muy abultados. No son gente propietaria de los medios de producción.
En esta escala se percibe un sueldo o unos honorarios aceptables.
La gente de clase media ama su posición, la libertad, la estabilidad y critica, con cautela, la injusticia, la desigualdad y los privilegios. A diferencia de otros estamentos sociales más firmes y radicales en sus opiniones, los que están entre los de arriba y los de abajo, algunos se muestran ambiguos, por la fragilidad y vulnerabilidad económica.
La clase media en las últimas décadas ha entrado en franca decadencia. El “IVA” la golpea, los servicios públicos se disparan, los precios de los artículos de primerísima necesidad ascienden con velocidad de un ascensor y los sueldos se aumentan con la lentitud de una escalera desvencijada. Los políticos defienden abiertamente a las clases populares, jamás libran batallas en defensa de los integrantes de la clase media.
La población ubicada entre los capitalistas y los asalariados no hace huelgas, ni paros, ni manifestaciones de inconformidad. Nunca gritan contra los poderosos. Esta actitud silenciosa ha facilitado el empobrecimiento y la irritante situación en que se encuentran. El Dr. Ernesto Samper Pizano, expresidente de Colombia, en un documentado ensayo sobre este tema afirma que los “de la clase media gastan lo que no tienen para aparentar tener todo lo que desean”. Antes la clase media representaba el 42 por ciento de la población, hoy se habla de un 31%. Es un grupo vía de extinción, arrinconado, desprotegido y humillado. Y lo que es más grave, la clase media vive traumatizada por mil complejos.
El complejo de no poder vivir con cierto brillo y decoro. Carece de recursos para educarse en universidades sobresalientes. En época de vacaciones permanecen ociosos en sus hogares dominados por mil carencias. A esta gente se le mira con cierta reserva. Sufren el complejo de la restricción, el complejo del excluido, el complejo del olvidado, el complejo del timorato. No pueden cultivar buenas relaciones, no asisten a las reuniones en que se encuentran los protagonistas, los triunfadores, los mandamás.
Muchos se deprimen por su ruina económica. La pobreza no es un delito, pero sí es una desgracia. “Dime cuánto tienes y te diré cuánto vales”. Es triste ver a los roídos por los complejos, destruidos por los complejos, carcomidos por los complejos. Los otros, los privilegiados de la vida disfrutan sus lujosos automóviles, los espectáculos más costosos, los restaurantes “In”. Complejos y complejitos y complejazos. Complejos a corto y a largo plazo.
El segmento de los medianamente acomodados y hoy totalmente proletarizados, es abundante y explosivo. El hambre, el maltrato, el desprecio, genera resentimiento, odio y resolución de armarse contra la opresión. Y no solo el pisoteado puede reaccionar. Los agitadores, los revoltosos aprovechan para estimular la acción irracional y la violencia.