La Heroica, con sus maravillosos balcones, rebosantes de buganvilias florecidas de intensos fucsia, purpura y granate, las doradas copas de oro, los pálidos jazmines y coloridos geranios fueron el marco perfecto para la celebración de la decimosexta edición del Festival Internacional de Música de Cartagena, que se tituló “El Color de la Música”. Se puede decir que a Cartagena se la tomaron los colores de la música y las flores.
Y es que cada nota tiene, sin duda, no solo un sonido sino también un color. Hay melodías que fácilmente podemos identificar con el rojo apasionados del fuego, otras que nos llevan a la oscuridad de los azules nocturnos, los grises de una tormenta o los delicados lilas y rosáceos de un amanecer.
Esta fue la propuesta del Festival; identificar en cada pieza, en cada movimiento, en cada nota, el color que despierta en nosotros de acuerdo con el sentimiento y percepción que nos produce. Maravilloso ejercicio de concentración e imaginación, que incrementó el placer al oír conciertos magistrales.
El Festival, como ha sucedido ya por 16 años, se tomó la ciudad con estupendas presentaciones en algunos de los más emblemáticos espacios de la Ciudad Heroica, el Teatro Adolfo Mejía, las capillas de los Hoteles Santa Clara y Santa Teresa y el Palacio de la Proclamación.
Este año, por motivo de la pandemia, se dio preferencia a la presentación de la música de cámara, evitando las grandes orquestas. Magnífica idea, pues estos pequeños grupos de músicos, conformados por duetos, tríos, cuartetos, raramente más de ocho personas, que se originaron en presentaciones de familia, o de músicos amigos, tiene una gran intimidad que permite al oyente acercarse e identificarse con cada uno de los artistas, de una manera muy especial.
El repertorio, mayormente del siglo XIX, se dividió por países. Oímos compositores de Alemania y Austria: Schubert, Mendelssohn, Brahms; de Francia, Debussy, Fauré y el maravilloso, aunque poco conocido Franck. Italia nos deleitó con Rossini, inclusive su monumental “Pequeña Misa Solemne”, con la participación del coro de la Ópera de Colombia. De Rusia escuchamos: Borodin, Tchaikovski y Glinka, luego los países de Europa del este con obras de Dvorak y Smetana. En la tarde del 5 de enero nos deleitó el trío elegíaco para violín, violonchelo y piano de Rachmaninov, interpretado por Andrey Baranov, un sublime virtuoso del violín.
Se presentaron también, un cuarteto de la Filarmónica Joven de Colombia y las impactantes obras de ocho compositores colombianos: Rozo Contreras, Morales Pinto, Luis Quinitiva, Vicente Garrido, Lucho Bermúdez, Candelario González y Ludsen Martinus, interpretados por la Orquesta Sinfónica de Cartagena en el auditorio Getsemaní, del Centro de Convenciones.
Los conciertos fueron seguidos por sabrosas cenas con la participación de chefs cartageneros y de importantes restaurantes del país. En una de ellas compartimos mesa con dos fascinantes artistas, el primer violín y la viola del cuarteto Modigliani, francés, ambos encantados con la belleza y la alegría de Cartagena.
Es este, un festival a nivel mundial, cuya organizadora y fundadora Julia Salvi y el equipo de profesionales que la acompañan, no descansan un minuto, para que todo salga perfecto. Cartagena tiene una inmensa deuda con la Fundación Salvi que la ha colocado entre los eventos musicales más importantes e inolvidables del continente.