Hoy en día, hablar de reducción de subsidios, flexibilización laboral o reducción de la carga impositiva, es lo más cercano a cometer una herejía. El establecimiento, ha logrado atornillar un gigantesco asistencialismo estatal que, en cada oportunidad, busca crear otro programa de subsidios, otra cuota burocrática y continuar gastando los recursos de los colombianos a diestra y siniestra.
En Colombia lo anterior se sostiene con diferentes falacias o creencias como: El generador de la riqueza es el Estado, más subsidios e impuestos redistribuyen mejor la riqueza o que la equidad se logra aplastando al empresario.
Esa mentalidad nos ha llevado a malgastar bonanzas y oportunidades a lo largo de la historia, la última durante el gobierno Santos. Entonces, en vez de fortalecer la iniciativa privada, promover la diversificación económica, bajar los impuestos y generar más empleos formales, se optó por aumentar el gasto social. Es decir, se prefirió el alivio momentáneo sobre soluciones reales y duraderas. ¿La razón? Políticamente siempre es más fácil aumentar que reducir.
Solo en 2017, el Gobierno gastó 118,5 billones de pesos (12% del PIB) en subsidios sociales, el equivalente a ocho veces el costo de la primera fase del Metro de Bogotá. Uno creería que semejante inversión social mejoraría indicadores de pobreza monetaria o desigualdad. Pero no. La pobreza aumentó de un 26,9% a un 27%, y la desigualdad, medida en coeficiente Gini, de un 0,51 a 0,52 entre 2017 y 2018. El cual en diez años de esta orgía de subsidios se redujo sólo 6,5%, y se mantiene como uno de los peores del continente.
Esto nos demuestra que en Colombia no sólo gastamos excesivamente en subsidios sino que, además, gastamos mal. Para nadie es un secreto que nuestros subsidios no van realmente al que los necesita, y que la financiación de los mismos esta ‘patas arriba’ y es insostenible.
Sin embargo, los políticos siguen anunciando nuevos programas de subsidios con gran ligereza y entusiasmo buscando perpetuarlos como un gasto fijo del Estado. Estos subsidios se convierten en el perfecto sucedáneo del buen gobierno. ¡Imagínese! Que cosa más cómoda para un dirigente que, no solucionar nada, pero salir bien librado con los votantes y pasarle los problemas a su sucesor.
¡Es irresistible! Se les hace agua la boca.
Los subsidios, pese a ser necesarios en algunas situaciones, son improductivos y no solucionan nada de fondo. Son una curita en una llaga gigantesca. Su función, a veces, es cubrir una falla del mercado, pero deben ser temporales dentro de políticas económicas responsables.
En nuestro país ni lo uno pero si lo otro. Si convertimos los subsidios en una política inamovible pero no invertimos en solucionar las fallas del mercado. No necesitamos más cuotas políticas. Necesitamos desmontar los subsidios. Debemos mejorar la productividad, crear empleo, darle libertad al empresario y gobernar responsablemente protegiendo la iniciativa privada y recortando el excesivo gasto y tamaño del Estado. ¡Huy, ya siento el fuego en mis pies!
Twitter @NicolasGomezzA