Quisiera hablar de una realidad o costumbre que se ha acogido en nuestro país mucho antes de esta crisis. Es una noción que se podría resumir en: primero voy yo, me importa un bledo los demás y, ¿colaborar? ¡Nunca! Primero muerto, antes de otorgarle la razón o concertar con mi opositor ya sea ideológico o de otra índole.
Este egocentrismo, acompañado de una falta de grandeza, ha limitado toda visión de país acabando con el Estado Social de Derecho, destruyendo el ideal republicano y ni hablar de la posibilidad de desarrollo.
Basta ver al Congreso de la República, institución que como muchas, ha perdido el cariño de los colombianos, el decoro y su capacidad de tener debates con altura o relevancia como los de antaño. Su funcionamiento hoy depende que lo permita una Corte fuera de control y unos congresistas urgidos de protagonismo político y cuotas burocráticas.
El Congreso como nuestra democracia viene en decadencia un claro síntoma es el ejercicio de la oposición. Dejó de ser una postura propositiva, de veeduría y balance democrático. Se degeneró a la simple función de obstaculizar el desarrollo nacional por medio de impedir el consenso democrático. La efectividad de las políticas públicas ya no se mide desde lo práctico, sino desde lo ideológico. No es bueno porque funciona, sino porque ‘Fulano’ lo hizo.
Comenzamos a ver lo inmoral e incorrecto como aceptable. Desde lo más drástico como otorgar dignidades a criminales de lesa humanidad sin que paguen un sólo día de cárcel, hasta mezquindades en las redes sociales para avanzar réditos políticos. Hoy, ni siquiera los familiares o hijos del opositor se salvan de ser involucrados, estigmatizados y crucificados. Dirán que es un daño colateral justificable, pero eso no lo hace correcto o ético ni necesario. Cómo cuando se irrespeta inútilmente a una madre y a su hija, para hacerles insinuaciones ofensivas: ¡No importa es mi opositora!, ¡esta con Uribe!
Ya no hay límites. Pareciera que perdemos noción de que el otro es humano y aparte compatriota. Qué pertenecemos al mismo país y que muchas veces, ¡queremos lo mismo! Lo fundamental: prosperidad, seguridad, libertad, justicia, educación y desarrollo.
Me niego a pensar que Colombia está condenada a un futuro miserable, donde la pobreza, la violencia y la corrupción continúen como males necesarios que conlleva esta tierra. No creo en la utopía, pero si en la mejora progresiva y realista que mejore la calidad de vida de todos colombianos.
Para alcanzarlo nuestros líderes deben superar la política de las aspiraciones y nuestros ciudadanos asumir la responsabilidad sobre su propio bienestar y comprometerse sinceramente con lo colectivo y los valores democráticos. Líderes y ciudadanos que otorgan y piden subsidios, pero se niegan a pagar impuestos o formalizar el empleo, que creen tener derecho de irrespetar a quién piensa diferente y nunca están dispuestos a concertar o apoyar, que utilizan las vías ilícitas o de hecho para solucionar los problemas y escapar de la justicia. ¡Ellos no nos llevan hacia un país mejor!