Como excelente calificamos la propuesta del señor Fiscal General de la Nación de meterle la mano al tema de la dosis mínima porque los que hemos vivido la problemática desde la Policía sabemos lo complicado del asunto.
Colombia en un principio fue país de paso para los mercaderes de la droga, por ser la puerta de entrada a Sur América; luego aparecieron los cultivos y con ellos nacieron todos nuestros problemas. Nunca pensaron los narcotraficantes, de todos los pelambres, que resultaríamos de consumidores, es decir, el negocio trae tantas aristas que tanto el consumo interno como el externo es una fuente de ingresos económicos inmensurables. Ante esta expectativa y con la baja estatura moral de estos delincuentes, no escatimaron esfuerzos para empezar a comerciar los diferentes tipos de droga entre nuestros jóvenes y aun en el mundo adulto, que la recibieron como una moda, para ir cayendo en el vicio convirtiéndose en adictos y descendiendo en la escala de valores sin el mas mínimo asomo de vergüenza; enlodando impunemente las familias que debieron vivir su propio vía crucis. Me haría interminable haciendo referencia a casos conocidos, dolores compartidos con amigos y relacionados, que debieron afrontar esa situación; pero la Policía Nacional que se percató de la dimensión del problema, emprendió varias cruzadas para combatir estos delincuentes y llegó a entender la dinámica del negocio con sus estrategias, como son el convertir en expendedores a los vendedores ambulantes, en especial nocturnos; organizar grupos de domiciliarios que en motos atienden la demanda, sin olvidar aquellos jíbaros -denominación con que se identifican,- que se desplazan por los lugares de rumba, parques y sectores determinados cubriendo la demanda de los enfermos que buscan la droga. Termino este recuento con unos hombres de mayor maldad, quienes aproximándose a los colegios abordan niños inocentes buscando nuevos clientes para su negocio.
¿Qué tal el panorama? y la policía mendigando herramientas para encarar el problemita, recibiendo a cambio normas que flexibilizaron el comercio de estupefacientes permitiendo que los expendedores portaran cierta cantidad de droga, alegando consumo de dosis mínima y dificultando el control de autoridad. Ese escenario fue creciendo hasta llegar a la imposibilidad de estandarizar la discutida dosis mínima, por depender del nivel de adicción. Lo que fue un procedimiento policivo, se convirtió en debate entre la autoridad y el narcotraficante sobre cuánto pesa la sustancia y dónde se pesa, en fin un infierno para el policía que ejecuta el procedimiento. Fatal el tema.
Que los drogadictos son enfermos no hay quien lo dude y que se les debe dar manejo especial no tiene discusión, pero los expendedores no son enfermos, son unos delincuentes de alta monta y hacen parte de organizaciones bien constituidas, con seguridad, abogados y defensores disponibles. Por todo esto, bienvenida la norma, gracias y adelante señor Fiscal General.