¿De qué estamos convencidos realmente? Esta pregunta es muy difícil de responder. Si lo hacemos mirando lo que a diario realizamos, seguramente encontraremos que no pocas de nuestras tareas son un deber impuesto, pero no algo que nos tenga convencidos. Si se mira desde el orden del pensamiento y las ideas, encontraremos que allí hay muchos contenidos, pero que nuestras actuaciones con frecuencia, no siempre las reflejan. O miti y miti, como decían antaño un par de personas. Estamos convencidos de algo de lo que hacemos y de algunas de las ideas que nos habitan. Pero no es fácil sostener con claridad aquello que llamamos convicciones.
El tema viene a colación pensando en tantas y tantas discusiones que se tienen a diario sobre todos los temas posibles. Desde los más íntimos y personales, hasta aquellos de carácter social y político, pasando por los religiosos, los familiares, los que atañen a la vida y a la muerte, sin dejar de lado los muy sofisticados que se refieren a la ética o a la moral. En muchas de las polémicas que se dan a diario sobre estos y otros temas, queda en el fondo la sensación de que todo el mundo tuviera una sola convicción: nadie cree en nada y por eso hay que estar mandando, empujando, legislando, sancionando, encarcelando. Porque, si no se hace esto, el mundo no se movería. Y en buena medida se mueve solamente porque hay leyes, mandatos, autoridades, fuerza bruta, miedos, deudas y toda suerte de compromisos.
¿El hombre es capaz de tener convicciones? En lenguaje religioso la pregunta sería: ¿es capaz de creer (en algo, en alguien, en Alguien)? Pienso que creer significa vincularse umbilicalmente a una realidad y hacer de ese vínculo el motor de la vida y quizás de la muerte también, entendida esta como culmen y tránsito a otra condición superior. Pero de nuevo el punto neurálgico: ¿el hecho de creer o de estar convencido es suficiente para que la vida transcurra según lo creído, según las convicciones que se tiene?
La dura realidad de la vida pone a prueba en cada momento aquello en lo cual se cree. La fe religiosa, las convicciones morales, los valores proclamados, los amores que tenemos, las raíces que nos dan identidad, todo esto y mucho más, queda en forma de cuerda tensada a cada instante y no es raro que con frecuencia se reviente por el peso que conlleva la vida en su diario transcurrir.
Podría pensarse que la única convicción es que la vida es como es y punto. Sin embargo, esto apagaría las ilusiones, los ideales, los grandes propósitos, la creación de proyectos, incluyendo el de la santidad, que es el mayor del ideal cristiano. El mundo actual tiene el cambio como su sello distintivo. Cabe, entonces, preguntarse cuáles de nuestras convicciones perdurarán en el tiempo y en el alma y cuáles, de hecho, ya se han comenzado a perder en la oscuridad del pasado.