Hay que abonarle al exnarcotraficante Carlos Lehder sus palabras dirigidas a la juventud para que no incurra en el mismo error fatal que desde temprana edad lo llevó a buscar el dinero fácilmente obtenido. Eso que hemos dado en llamar el enriquecimiento rápido y fácil.
Su libro pretende llevar ese mensaje con la advertencia de que lo que pronto encontrará la persona que se dedica a ello es la muerte o la cárcel. Curioso, después de haber burlado a las autoridades en Estados Unidos, en Colombia, en Bolivia y en Canadá termina por concluir que la autoridad del Estado, finalmente, gana la partida.
Y no ayuda a este propósito la descripción que hace en los primeros capítulos sobre lo fácil que es ingresar a la criminalidad y obtener las riquezas y placeres materiales que muy pronto se alcanzan. Cuesta trabajo creer que en Estados Unidos o en Colombia sea tan fácil cambiar de identidad y obtener los documentos correspondientes, por muy poco dinero. Logró así varias identidades. Y ello lo obtenía aun siendo casi un menor de edad en los Estados Unidos. Quién lo creyera. Allá se convirtió muy rápidamente en un eficaz ladrón y comercializador de automóviles.
La manera como se involucró en el tráfico de drogas es, también, sorprendente. De la noche a la mañana. Y claro está, con enormes ganancias que en sus primeros años sus compinches le robaron. Hay un proceso de aprendizaje.
Pero lo que irrita, aún más, es su relato sobre cómo estableció en la cárcel, en Florida, donde estuvo casi dos años, contactos de mucha importancia que le permitieron armar una organización criminal para el negocio grande, el de verdad, el de la exportación de cientos de kilos de cocaína a los Estados Unidos. La vieja historia de que las cárceles son el equivalente de una universidad del crimen está bien descrita en muchas de las primeras cien páginas. Pero aún, y mucho más increíble, en la cárcel los excelentes servicios de una buena biblioteca le permitieron conocer la historia de ese gran negocio que fue el tráfico de opio.
La lectura de ese libro lo inspiró para encontrar una isla en las Bahamas, el Cayo Norman, que le permitió la mejor utilización del mar y de las costas de Estados Unidos para establecer una de las principales rutas para el ingreso de cientos de kilos de cocaína. Y, no deja de impresionar la manera tan fácil como logró dominar el gobierno de las Bahamas hasta cuando un buen día la DEA intervino con determinación y le puso fin a ese juego. De la misma manera, es asombrosa la rapidez como después del asesinato de Rodrigo Lara, el cartel de Medellín logra la complicidad eficaz de Manuel Antonio Noriega, presidente de Panamá o la de los hermanos Castro, dueños de Cuba, o la del exguerrillero y dictador Daniel Ortega, en Nicaragua. Todo esto aparece tan cómodo, tan liviano, tan expedito.
Asilo político, residencias cómodas, protección y facilidades para continuar con el negocio criminal.
Al mismo tiempo, los pactos entre los mafiosos se cumplen, pero la traición y las ambiciones de mayor enriquecimiento de los socios o de los competidores, etc. hacen la vida muy incierta, insegura, peligrosa para el narcotraficante y para su familia. Tanto así que Lehder no se atrevió a ofrecer su colaboración en el juicio contra el expresidente Noriega sino cuando Pablo Escobar lo tranquilizó y le aseguró respeto a él y a su familia.
Sin duda en el libro habrá errores, mentiras, calumnias y diferentes deformaciones de la verdad. El Editor, en más de veinte Notas, hace precisiones, rememora rectificaciones contundentes y, en ocasiones, remite a documentos para una comprensión más apropiada del texto.