En breve las elecciones decidirán el rumbo político que tomará el país. Algunos las presentan como una lucha entre el dragón y el ángel, en visión apocalíptica, con tintes maniqueas. Pocos o ninguno, la verdad, indican el posible devenir de esta contienda, gane el que gane. Lo cual es injusto por cuanto las instituciones nacionales han demostrado mal que bien, su fortaleza ante la inmediatez partidista. Instituciones que han demostrado su valía incluso ante el retorcido intento de permanencia indefinida en el poder de quienes posan de ángeles.
Otra particularidad colombiana es la inexistencia de presidentes de estirpe “populista”, en marcado contraste con la mayoría de casos en este hemisferio vecino. Tal como lo señaló en un libro el exrector de la Universidad Nacional, Marco Palacios. Y uso las quisquillosas comillas por cuanto en ese calificativo de “populista” cabe casi cualquier cosa, para descalificar al dragón. Así como el cliché de “neoliberal”, es otro descalificativo que no tiene linderos definidos excepto la notoria incuria de quien lo usa. Pero ambos términos revelan la incapacidad de notar tintes intermedios. De notar la propia rigidez mental de dragones y ángeles.
Un nuevo presidente no es autónomo de tomar cualquier decisión sin tener en cuenta al ejército y a las fuerzas armadas, binomio que es un lugar común en la historia nacional. Sin dudas la influencia presidencial es grande, pero las ataduras limitantes también lo son. No puede, aunque lo intente “refundar la patria”. Ni podrá violar la autonomía del banco central como ya lo quiso alguno, y ahora lo proclama el otro, que tilda a esa autonomía de neoliberal. Autonomía que es la base de la confianza pública en su moneda. Un pilar de los derechos humanos que viene desde la revolución francesa, y que impide el abuso del gobierno del circulante. Algo que algunos de nuestros vecinos han probado con gran amargura.
La crisis de liderazgo en este país pujante se ha dado por cuanto los que se postulan en una línea intermedia son políticos poco conocidos. Y se disputan entre sí. O si sin conocidos, no han sabido tomar posturas firmes. Tienen nexos con obras que colapsan con escándalo. O confunden la no polarización con la falta de firmeza como el dubitativo que, matemáticamente, se pone a pescar en el río Rubicón. La línea intermedia está desdibujada por cuanto los que posan de ángeles han gobernado durante este siglo. Los espectadores al parecer están hastiados de ellos. Y el peligro obvio entre los protestantes, es que algunos de ellos desean construir un régimen en la que toda protesta este prohibida.
Otra característica nacional es la existencia de un conflicto armado prolongado. Somos el único del hemisferio. Ese conflicto tiene el decisivo respaldo monetario del adicto norteamericano. Ya la guerrilla no los combate, los provee. Y confundidos en esta confrontación electoral y un entorno mundial caótico nos preguntamos cómo Rilke: “¿Quién si yo gritase me escucharía en el orden de los ángeles?”