Cristianismo recio | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Enero de 2019

Son muchas las circunstancias actuales que tienen bajo fuerte presión a los cristianos y más exactamente a la fe cristiana. Es una presión que busca que los postulados de esta religión cedan su espacio a otras formas de ver, pensar y realizar la vida. Esta fuerza contraria se respira fácilmente en el ambiente cuando se mira con recelo a quien no comulga con el pensamiento de moda. Se siente la opresión cuando desde los ámbitos legislativos y políticos se estructura una noción de sociedad que pone bajo sospecha cualquier idea inspirada en los textos sagrados y en la enseñanza eclesial. Y se constata también este viento contrario, sobre todo, en la antropología que se difunde hoy en día y que ya no tiene su fuente y punto de referencia en el Creador, sino en otras concepciones muy diferentes y hasta totalmente opuestas a las de la antropología cristiana.

Para el creyente, estos vientos contrarios pueden ser una ocasión muy interesante para pasar revista a su fe y, sobre todo, para hacerla más recia y convencida. La tentación es contemporanizar para no tener problemas con nadie, es decir, hacer exactamente lo contrario de los que hizo Jesucristo. La reciedumbre de la fe se alimenta, en primer lugar, según la enseñanza del gran Papa Benedicto XVI -¡cómo se le extraña!- del constante encuentro personal entre el creyente y Jesús, allá en la intimidad de la oración y la fe. Se hace más fuerte la fe cristiana en el real conocimiento de su contenido, de su doctrina, de su estructura conceptual, que hunde sus raíces, no solo en los veinte siglos de historia cristiana, sino en el milenario judaísmo del antiguo testamento. ¡El cristianismo no se alimenta de libros de moda para vender en diciembre! Y se consolida más la fe cristiana si está absolutamente ligada a la vida eclesial, que es fascinante por su desfachatez a la hora de confesar que nadie está por encima de Dios ni de su Palabra. Todo lo demás es tan pasajero y tan pequeño que hasta compasión inspira.

En cambio, hay otros aspectos y prácticas que no ayudan a darle estructura férrea a la fe cristiana. Desde luego, la ignorancia acerca de su contenido y por tanto de sus consecuencias para la vida de cada día. No ayudan tampoco las visiones un poco almibaradas de la fe, que no alcanzan a dar respuesta real a tantas inquietudes, preguntas y cuestionamientos que plantea la vida moderna. Y, aunque pareciera un poco contradictorio, tampoco ayuda a fortalecer la fe el abandono de la Iglesia cuando las tormentas internas y externas arrecian y hacen crujir la nave. Como en un buen matrimonio, las crisis hacen más fuerte la unión y hacen crecer a los cónyuges. Un cristiano solitario en la actualidad será presa fácil de cualquier viento de doctrina, en el decir del Apóstol de los gentiles. El cristianismo, en todas épocas de crisis, hizo siempre lo mismo: volver a las fuentes, es decir, a la unión íntima con Dios, al seguimiento fiel de Cristo, a la inspiración del Espíritu Santo, a la lectura atenta de la Palabra de Dios y, sobre todo, a ponerla por obra. San Pablo habla del buen combate de la fe y nunca el cristianismo dejó de ser eso: un combate.

Añadido: ¿Qué tal el olor a marihuana que tiene ahora Bogotá? ¿Todos la usarán por razones medicinales?