La política es la historia en obra negra. Si bien cuando los políticos son mediocres, dan la sensación de ser unos entes a los que la historia dejó de lado. Y esa sensación imprime una desesperanza general. La aciaga certidumbre de que los grandes problemas no se resuelven en las urnas, aunque la vía de las armas haya sido descartada también por la historia, como un camino obsoleto que parece querer revivir en Estados Unidos.
La adicción norteamericana a los estupefacientes aumenta, no disminuye. Así se siembre de sangre México o Colombia intentando detener la oferta. La demanda, y el dinero de esa demanda que se queda mayormente allá en el norte, es demasiado poderosa. La prensa sigue repitiendo el mismo cliché ante la caída de otro capo. Pero no sabe, ni menciona, los índices de ese crecimiento de la demanda norteamericana. No quiere saber la relación entre los rendimientos del trabajador estadounidense frente a la competencia del mercado internacional, y la adicción que ese tipo de sociedad ha producido.
Hoy USA no puede vivir sin cocaína. Esa es la sencilla pero obvia realidad que los adictos no pueden mirar a la cara. Y que los sumisos replicadores aliados prefieren obviar. Si nuestra interdependencia fuese con China, tendríamos que lidiar con la callosidad de ese dragón en materia de derechos humanos mínimos, su desprecio por el trabajador extranjero, su aliento que destruye el medio ambiente. Y de seguro lo haríamos (como ya lo están haciendo otros países en el mundo), con la mira de recibir de los chinos el abrazo del panda y no el aliento del dragón.
Al parecer, esa alternativa la veremos en este siglo. Pero, en cualquier caso, dragón o águila calva, no podemos ignorar las manías del socio hegemónico. Su peculiar forma de ser y aparecer. Vivimos quizá el último siglo de la hegemonía del águila. Recibimos los beneficios de su descenso quizá en mayor grado de lo que lo hicimos en su ascenso que nos costó Panamá. Y que a los mexicanos les costó más de la mitad de su territorio.
Pero en todo caso nuestro futuro mediato debe contemplar las relaciones de fuerza. Y procurar con alianzas regionales hacer frente a los graves imprevistos que se avecinan en este sísmico XXI. Necesitamos tener relaciones diplomáticas con los demás países sin exigir que tengan o no nuestra ocasional forma de gobierno. La diplomacia no sirve solo para tratar con los países amigos, lo cual es muy fácil. Sirve para mantener negociaciones con la complejidad del orbe, si se lo sabe hacer. No podemos convertirnos en jueces universales, justo cuando Estados Unidos se retira en derrota de esa su antigua política de policía mundial.
Pero todavía ese país alienta convertir a México y a Colombia en los policías de su vicio, que ponen los muertos por su adicción. Si las mediocridades criollas de estos países consienten esa sumisión sin pestañar, podemos al menos hacer causa común para restituir la interdependencia.