La noticia de las últimas semanas fue la pérdida en el mar de una suerte de submarino llamado Titán que llevaba a varios potentados. El objetivo del viaje es menos descriptible, y podría haber llevado la advertencia de un programa televisivo violento o salaz “debe verse bajo la responsabilidad de un adulto mayor”. La impresión es que esto último no se cumplió…
Ese mismo objetivo es algo que, de seguro, el lector ya ha obtenido y es poder ver tras un vidrio o pantalla los restos del naufragio del Titanic, hundido el siglo pasado.
Verlos a través de la pantalla no le dará tanto prestigio social en su barrio como el haberlos visto a través del vidrio del submarino, pero le brindará algunas otras oportunidades adjetivas, como la de seguir viviendo. Y más tiempo de mirar otras pequeñas o grandes cosas de interés general. Como decían nuestros mayores ante un natural impulsivo “el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe”, para atemperar ciertas osadías que en ultimas, no benefician a nadie. Y que no pueden equiparase al coraje, de un astronauta que se arriesga no solo para sí, ni para atemperar su aburrimiento, su tedio vital.
Al rescate del submarino se movilizaron varios gobiernos y empresas, incluso un sistema secreto de Estados Unidos detectó el ruido que hizo el submarino al hacer implosión. En suma, se movieron ingentes recursos para en vano evitar esa muerte dramática y, hay que decirlo, sin sentido.
En cambio, un buque lleno de emigrantes entre Marruecos y España no alcanzó a ser rescatado a tiempo pereciendo muchos de ellos. Simultáneamente de esto solo se ocupó la prensa para contrastarlo con los atisbadores del Titanic.
Desde luego el objeto de esta observación acerca de los observadores no es criticar a los muertos. Ni desestimular el valor de asumir riesgos. Es más bien indagar en el espíritu que los embriagó hasta matarlos. Algo de ellos, de ese espíritu, los llevó a obtener su fortuna y liderazgo en un tipo de sociedad en la que todo es excesivo, pero sin intensidad, que es fáustica, insaciable de nuevas emociones, maximalista y está en efecto acabando con la vida planetaria. Ha puesto en peligro el futuro mismo de nuestra especie. Pero esa reflexión no está a la orden del día. Estamos en la era del multitask, lo que está bien, pero cuando ese multitask disfunciona, nada se sincroniza ni sale bien como en el Titanic y el nuevo Titan, todo se vuelve inexplicable y confuso como un ciempiés borracho.
Y ¿qué hay en un nombre? El Titanic nos remite a los Titanes que se rebelaron contra el dios Zeus que los venció y encerró en el tártaro. En suma, los dioses no gustaban de ellos. Y en el inconsciente colectivo de la época del naufragio, ese nombre se sintió como un reto. Y ahora como para completar la paradoja, el nuevo submarino atisbador lleva el nombre “Titan”.