Es altamente contagioso pero no es tan letal como podría llegar a serlo.
Mucha más gente muere cada año por haber fumado, o por otras de las gripas que pululan.
No obstante, al principio se hablaba de menos del 1 por ciento de muertes, pero ahora ha llegado a hablarse del 2 al 4.
Los italianos, que se inventaron las cuarentenas hace siglos con aquello de los “quaranta giorni” (aludiendo a los cuarenta días en que Cristo estuvo en el desierto) ahora reviven la historia.
Sensatamente, los saudíes cerraron el acceso a La Meca y Trump ha recomendado emular su conducta compulsiva como bacteriofóbico que es: bañarse las manos a cada paso y no abrazar a nadie.
Lipsitch, un epidemiólogo famoso, ha dicho lo que todos suponemos que entre el 40 y el 70 por ciento de los humanos se verán contagiados, pero que casi nadie se dará cuenta.
Para ser prácticos, los españoles han definido tres escenarios.
Primero, la contención, en la que estamos enfrascados. Pero la globalización es nuestra principal causal de frustración. Y los venecianos lo han sabido siempre.
Segundo, la mitigación, para superarlo y recuperarnos a pesar del golpe. Pero cada día se agita más la idea de que los pacientes pueden reinfectarse o que podemos caer en la red del doble virus simultáneo: Covid e influenza, por ejemplo.
Y tercero, la propagación generalizada, en la que yo creo que nos encontramos porque solo estamos viendo la punta del iceberg.
Si las cosas siguen como van, Duque tendrá que agradecerle al Covid que se anulen los permisos para las manifestaciones masivas convocadas por el Comité Nacional del Paro.
Y en esa misma tónica, Sanders tendrá que olvidarse de sus cálidos mítines para dedicarse tan solo a las redes sociales y ver cómo Trump se reelige por walkover.
En todo caso, si el potencial de contagio es de 2 a 2,5 personas por cada infectado, ¿cómo podremos sentirnos a salvo si no se ha podido establecer con precisión el tiempo de la incubación (¿12, 27 días?).
Por supuesto, la economía se verá cada vez más afectada: ¿podremos tomar un avión con la certeza de salir bien librados, u hospedarnos en un hotel, o comer en el Windjammer de un crucero?
¿Qué tan útiles serán las mascarillas sin usar gafas especiales, y cómo confiar en la corresponsabilidad ciudadana si la propia Masumeh Ebtekar, vicepresidenta persa, se infectó?
Pero, ¿cómo podría haberse sentido segura si su colega, el propio viceministro de Salud y Educación Médica, Iraj Harirchi, empezó a toser el otro día, limpiándose con la mano, para confesar horas más tarde que estaba contagiado?
En definitiva, estamos los unos en manos de los otros. Porque a pesar de cuarentenas, teletrabajo y médicos domiciliarios, nada podrá ayudarnos a superar estos “meses perdidos” si no desarrollamos aquel sexto sentido de “solidaridad obligatoria”.