Decíamos ayer… | El Nuevo Siglo
Sábado, 28 de Diciembre de 2019

La semana pasada nos referimos a la fecha del 17 de diciembre de 1819, como una efeméride bolivariana de especial significado por cuanto en esa fecha gloriosa, hace doscientos años, Bolívar creó la Gran Colombia y también en ese mismo día tomó posesión como su primer presidente. Fue entonces su momento de mayor gloria y reconocimiento por habernos liberado de yugo español, luego de una gesta militar y política sin parangón.

Hoy queremos referirnos a ese otro 17 de diciembre pero de 1830, cuando el Libertador Presidente entregó su benemérita alma al Creador, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, a orillas del mar caribe. “Al fin podré descansar", dijo horas antes a sus edecanes que lo acompañaban. Los últimos meses habían sido de profunda decepción por la ingratitud de la gente a la que él había quitado las cadenas ibéricas. “Aré en el mar y sembré en la arena", dijo en medio de los dolores producidos por una avanzada tisis.

"Jesucristo, Don Quijote y yo, hemos sido los más grandes majaderos de este mundo", exclama amargamente y angustiado se pregunta "Mi gloria. ¿Que dónde está mi gloria? ¿Quién me la arrebatado?”. El médico que lo atendía a la cabecera de su cama, el francés Alejandro Próspero Reverendo ya le había advertido a sus acompañantes: Con mi más profundo sentimiento les participo que la enfermedad del Libertador no tiene remedio". Además el grande hombre había perdido las ganas de vivir. Estaba muy lejos de esa gallarda fortaleza que exhibió al paso de los Andes o cuando cruzaba a nado los caudalosos ríos de los Llanos Orientales. Por ello sus soldados lo apodaban "Culo de Hierro".

También preparó su testamento "Colombianos: Mis votos son por la felicidad de mi patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro". Tres disparos de un viejo cañón, emplazado en la fortaleza del Morro, anunciaron a los samarios y al mundo que el más grande de los americanos había fallecido. Su féretro fue llevado a la ciudad y en su Catedral fue velado durante dos días. Finalmente sus gloriosos restos fueron llevados a Caracas, donde hoy reposan en un suntuoso Partenón. Su recuerdo nos acompaña desde entonces y se proyecta como ejemplo a nuestra clase gobernante.

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En esa postura etapa de su legendaria vida, se encontró no solo con sus frustraciones sino con sus contradicciones. Profundo demócrata en su juventud y un convencido de los valores fundamentales de la igualdad y de la equidad, terminó su periplo vital domo Dictador de sus conciudadanos para "poder salvar por lo que tanto luchamos".

Celos y recelos de los politicastros granadinos, venezolanos y quiteños, lo convencieron de que estos pueblos no estaban preparados para la democracia y mucho menos para poder gozar plenamente la libertad. Su mayor desgracia, reconocida por él mismo, fue haberse distanciado de Santander. "El no habernos entendido fue nuestra perdición", se quejaba amargamente. Hay historiadores que consideran que esa perdición fue la que alimentó los odios y las rivalidades entre civiles y militares, entre centralistas y federalistas, entre granadinos y venezolanos.

Adenda

Todo ello contribuyó a ensangrentar nuestro país, que tuvo que sufrir más de ciento cincuenta guerras civiles y posteriormente la época conocida como “La Violencia”.