Un juez del Estado de Nueva York le ha impuesto una pena civil a míster Donald Trump por fraude comercial. Deberá pagar 355 millones de dólares más los intereses, para un total de 450 millones de dólares.
Sus dos hijos deberán pagar, cada uno, dos millones más por haber falsificado registros comerciales. Y no podrán dirigir empresas en Nueva York. Esa prohibición cubre al expresidente por cuatro años, quien tiene otra sentencia aparte por más de 83 millones tras comprobársele difamación contra una respetada periodista, a quien intentó violar.
Tiene míster Trump otras 34 demandas por encubrimiento de escándalos que podrían llevarlo a prisión por cuatro años. Aunque él dice en sus discursos que él se auto perdonaría, lo cierto es que esa atribución presidencial no rige para los delitos estatales en su país.
Esto constituye un golpe fuerte para la marca Trump en todo el mundo, y los potentados que ayer codiciaban ir a sus hoteles, y hacer negocios con esa marca, ahora se han demarcado…
Él sigue poniendo todos los esfuerzos en la campaña presidencial y el partido Republicano lo sigue como ovejas furiosas al matadero, pero las voces de protesta, casi mudas, afloran en los sectores conservadores que no se sienten bien en esa manada. Mientras el mundo está en vilo.
En Rusia la justicia sin independencia guarda silencio frente a la muerte del disidente de Putin. Ni siquiera han entregado el cadáver a sus familiares. Refleja la tradición autocrática centenaria de un gran pueblo ajeno a las libertades liberales que rigen en Occidente.
Israel, mientras tanto, ha matado a más de 30.000 personas en sus bombardeos en Gaza, alegando su derecho a defenderse. Pasó de víctima a victimario.
En Suramérica, el régimen chavista de Maduro continúa reprimiendo a la oposición, a pesar de haber firmado el acuerdo de Barbados de octubre anterior, en el que prometía elecciones libres, monitoreadas por la comunidad internacional. Al mismo tiempo agrava un conflicto de vieja data con Guyana, no obstante haber firmado la declaración de Argyle de no agresión con ese país.
Se trata, por supuesto, de una cortina de humo para disimular un problema político interno, del cual han huido más de siete millones de venezolanos, entre ellos unos tres millones y medio a la vecina Colombia en los últimos años. Lo que trae problemas sí, pero también soluciones que se perciben con el paso del tiempo.
Colombia, con un nuevo canciller conocedor de la geopolítica de Washington, no ignora las consecuencias para toda la región de las aventuras limítrofes de Maduro en Guyana. Desde luego que, si las cosas pasan de ser cortinas de humo, Estados Unidos intervendrá sin más.
La política exterior colombiana ha sido la de respetar y hacer respetar los tratados internacionales vigentes. Y Maduro los está violando. El hecho de ser nuestro país un puente entre ese régimen y Washington, con la delicadeza del tema que eso comporta, no impide que debamos callarnos ante ese eventual peligro.