Por definición solo había cisnes blancos en la etnocéntrica Europa de hace algunos siglos. De modo que decir un cisne blanco era una tautología, y decir cisne negro, un oxímoron. Hasta que Australia dio a conocer los cisnes negros. Pero el resabio quedó y los matemáticos siguieron hablando de los cisnes negros como una anomalía.
Hay tratados enteros del impacto de lo altamente improbable, de que ocurra un cisne negro. Para poner un ejemplo de su ocurrencia, imaginemos una multitud esperando el discurso de un político, el cisne negro podría ser un platillo volador que aterrizara en la plaza. Desde luego el político se felicitará por haber convocado a una audiencia estelar. Pero ni él ni nadie podría haber previsto nada del asunto.
Aun no hablemos de los políticos. La persona, incluso si es letrada crea una narrativa para tratar de explicarse lo que no puede explicarse, es decir intenta tratar al cisne negro en sus escaques mentales que solo conoce de cisnes blancos. Y empieza a decir que siempre había creído en los ovnis, que tenía afición por Star Wars, y que en realidad los platillos voladores estaban en mora de aterrizar. Vale decir que, obvio, los estaba esperando. Cuando esa narrativa ocurre, no lo dude, se trata de un cisne negro que por definición es inesperado y por serlo angustia el no poder entenderlo. La mente humana aborrece la incertidumbre, es así. Y con la narrativa se defiende para no volverse más loca de lo habitual. Por cierto, Nissam Taleb, agudo autor de “El cisne negro”, es sin embargo (o por eso mismo) supersticioso. Quizás como todo el mundo. Aunque a veces quienes niegan serlo acaban por reconocer que el ser supersticioso trae mala suerte…
En Colombia apareció un cisne negro electoral, Rodolfo Hernández desconocido para casi cualquier persona que no fuera de Bucaramanga. Obtuvo la segunda votación más alta del país. Por encima de la gran maquinaria, de la coalición de las fuerzas del establecimiento, legales o no, del apoyo descarado del gobierno y del gran capital de Antioquia a favor de otro político.
Sin que me moviera cosa distinta a la curiosidad traté de averiguar las causas de ese asombroso éxito que, quizá, puede hacerlo presidente. Debo aclarar, las causas en estos casos abundan, pero no son evidentes hasta que el animalito irrumpe en el escenario. Es lícito buscar causas. Lo ilícito es pretender juzgar el color de la flor a partir del fertilizante. Hablé con conocidos suyos, pero, aunque la narrativa oscilaba entre el fascismo o el populismo del cisne, de su simpatía o antipatía por él personaje ninguno pudo dar una explicación de su sorprendente irrupción. ¿Por qué el poder se desplazó de súbito?
Otro modesto paralelo coincidencial que se nota en este enigma fue el casi simultáneo nombramiento de un prelado de Bucaramanga al rango de Cardenal romano, pero claro esa venerable institución es la que más cisnes negros ha visto en nuestra historia.