¿La gente se está cansando de vivir? Además del creciente número de suicidios, que incluso hoy abarca a los niños, de la eutanasia que parece haberse convertido en procedimiento usual en algunos centros de salud, del aborto practicado sin rubor, digo, además de todo esto que ya estaba presente, hay en el ambiente una sensación que parece extenderse: no son pocas las personas que no quieren seguir viviendo. No se van a botar por el salto del Tequendama, no se van a envenenar y tampoco se van a parar frente al exosto de un Transmilenio viejo. Nada de eso. Pero las ganas de vivir se le están terminando a demasiada gente. Algo está sucediendo que le está quitando encanto a la vida. Hay en el ambiente un no sé qué que está arrugando el alma, el corazón, la esperanza de tantas y tantas personas. Es como si estuviera sucediendo un hecho que es todo lo contrario de las tendencias mismas de la naturaleza que son las de la vida y la supervivencia.
¿Qué será? En general la gente del común está sintiendo que es atropellada cada día por el absurdo que se ha tomado casi todos los campos de la vida. Los lazos o vínculos humanos se han vuelto de una fragilidad tal que muchos hombres y mujeres no sienten que hagan parte del interés real de nadie. Las estructuras que han sostenido la vida humana en todos sus aspectos han sido tan cuestionadas y sometidas a una presión tan fuerte, que queda la sensación de una caída libre, sin saberse qué hay en el fondo. El exceso de conectividad ha vuelto la existencia un cúmulo de ocupaciones, preocupaciones, angustias, compulsiones y obsesiones por estar en todas partes, saberlo todo, meterse en todo, que la mente se va sintiendo enloquecer. La globalización, la autonomía total, las distancias a la vez que la inmovilidad que aprisiona, la vida dispersa y lejana, la soledad escogida o impuesta, todo parece conspirar para tener ganas de vivir. Y todo esto refregado en el alma todos los días, a toda hora, por los medios de comunicación y las redes sociales, es un caldo de cultivo para la desesperación.
Quienes hoy confiesan su desgano por vivir están cansados de la vida actual. Están decepcionados de tanto discurso absurdo y ridículo que resuena en todo momento y en todas partes. Sienten que hasta la gente más querida y cercana ha tomado caminos tan diversos que es difícil relacionarse con ellos. Y a no pocos los agota el tema económico nunca resuelto y por tanto convertido en esclavitud, para una vejez incierta y estrecha. Ni siquiera los espiritual y religioso se escapa de esta actitud de acusación, porque eso es exactamente el desgano por vivir.
En un mundo que alberga miles de millones de seres humanos, la soledad campea y arrasa. Quizás si la gente estuviera más acompañada, externa e interiormente, si pudiera ejercitar más su espíritu, si respirara un ambiente más humano, si no se sintiera tan agredida por “el nuevo mundo”, quizás no habría cansancio de vivir. Pero que conste: hay gente que se quiere morir. Triste.