¡La decadencia del uribismo! Esto decía un ‘tweet’ que leí en los últimos días criticando al representante a la Cámara, Gabriel Santos, por su voto a favor en el proyecto que actualmente cursa en el Congreso y que busca legalizar el consumo recreativo de la marihuana. ¡Se estremeció el establecimiento con tan incómodo suceso! No demoraron los prohibicionistas en salir a crucificar al joven parlamentario. Es una reacción común, a pesar de irracional en nuestro país, que por tantos años ha padecido los perversos efectos del narcotráfico.
Es verdad que el tema de los narcóticos no es un juego, ni mucho menos se puede simplificar o trivializar, como buscan, como el derecho al consumo libertario y amoralista de estas sustancias. ¡La droga es una tragedia! Es una endemia de nuestra sociedad moderna que acaba con la dignidad del ser humano y que, poco a poco, se ha convertido en una epidemia. Por eso debemos despenalizarla, pero no legalizarla.
Aunque ambas alternativas buscan atacar una raíz del problema, que es el alto margen de ganancia económica generado por la prohibición, la legalización llegaría a interpretarse como una tolerancia con el consumo y no es el caso. El consumo no puede convertirse en un comportamiento privado o público aceptable o sin consecuencias. La adicción debe combatirse para evitar la disolución social y el deterioro de la salud pública, pero no desde el prohibicionismo que ha demostrado ser un fracaso.
La droga como el Covid, no va a desaparecer a punta de leyes y decretos, como algunos creen. Debemos darle un trato por lo que es ¡una enfermedad!, una alteración que se adquiere por medio del consumo y que se traduce en la adicción. Se necesita tratar el problema con educación y rechazo social (como al tabaco) y, en casos de adicción, mediante un adecuado tratamiento. Un riesgo claro del proyecto es que los altos precios que promueven la oferta se mantengan porque la prohibición perdure en el exterior. Además, eventualmente provocaríamos duras sanciones políticas y económicas de una hipócrita comunidad internacional. ¿Y qué tal que no pase nada? ¿Qué tal que toda la prohibición irracional se derrumbe cuando el principal productor rompa filas?
En cualquier caso Colombia necesita liderar una campaña diplomática, proponiendo un debate distinto, donde podamos alcanzar una solución como la despenalización del narcotráfico e implementar una política diferente, concertada, que permita reducir o controlar el consumo.
¿Por qué debemos hacerlo? Porque la droga destruye nuestro tejido social por generaciones. Nos desgasta, corrompe las autoridades, genera miles de muertos, alimenta una violencia que enferma a nuestro país y al mundo.
¿Que más nos puede pasar? ¿Que haya más narcos? ¿Que no alcancen las Toyotas Prado? ¿Que se hernien los cirujanos plásticos arreglando tetas? Más bien ¿no será que controlamos el daño ambiental?
Demóstenes diría “Cuando una batalla está perdida, solo los que han huido pueden combatir en otra”. Despenalizar es una alternativa verdadera y viable que trae el cambio y un avance real contra el narcotráfico.