DIANA SOFIA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Octubre de 2012

¿Quién quiere a la clase media?

 

En público, todos le declaran su amor a la clase media, hasta los politólogos, que al fin se dieron cuenta de su importancia como principal sostén de una democracia. Pero ¿quién la quiere de verdad? Porque obras son amores y bien pocas son las acciones positivas en su favor. 

Lo estamos viendo precisamente en estos días, con el proyecto de reforma tributaria que el Gobierno presentó para su rápida aprobación en el Congreso. Respira un marcado desdén hacia la clase aprisionada en sándwich y la embiste varias veces, con golpes que van desde empujones mal disimulados hasta fuertes rectos a la nariz y mortales ganchos al hígado.

Desde hace años es ostensible el fastidio hacia los parafiscales, gracias a los cuales se pudo ampliar la cobertura de educación intermedia, con el SENA, y montar un sistema de cajas de compensación, que puso al alcance de millones de colombianos posibilidades de consumir, servicios, salud, recreación, educación, vivienda y subsidios que de otra manera habrían quedado reservados a sectores de ingresos considerablemente mayores.

Además, se impulsó el progreso social de amplias zonas que los estadígrafos clasificaban en los niveles inmediatamente inferiores.

La clase media sintió que se pensaba específicamente en ella.

Los parafiscales que se pretende descalificar argumentando que son impuestos  a la nómina, constituyen en realidad todo lo contrario. Son  complementos que elevan el nivel de vida de millones de colombianos.

La medicina prepagada es víctima de  la misma distorsión. En un país con la mala calidad de los servicios de salud pública y las mínimas expectativas de mejorarla, la prepagada no es ni de lejos un lujo. Cada vez aparece más como una necesidad vital. En cambio de gravarla, el Estado debería reforzar la vigilancia para que mantenga los más altos grados de calidad. Los que merecen quienes tienen que pagarla por su cuenta para suplir la deficiencia oficial.

La educación transformó nuestros esquemas sociales y, a Dios gracias, propicia una permeabilidad que ensanchó la clase media con abundantes corrientes de población en ascenso. Esa movilidad y las perspectivas de mejoramiento son un poderoso factor de progreso. La esperanza de subir de estrato actúa como el principal ingrediente de la paz social y el avance económico.

Por eso es un grave error cerrar las posibilidades de ascenso y congelar el movimiento entre los estratos, creando desestímulos que adormecen los deseos de progresar. Los gravámenes nuevos para ingresos mensuales superiores a los tres millones y medio de pesos producen esa clase de efectos. Envían un mensaje equivocado, como si alcanzar la meta fuera algo tan reprobable que se castiga con un impuesto sorpresa.

En cambio de señalar a los relativamente pocos que alcanzan a pulso ese nivel como si fueran unos privilegiados sin causa, a quienes hay que aumentarles la carga impositiva, sería  mejor  abrir caminos para que su número aumente todos los días. Hasta el fisco sale ganando: recaudaría más impuestos que congelando la pobreza.

La sufrida clase media, la de los profesionales, los trabajadores especializados, los hogares donde todos trabajan para vivir con decoro, los campesinos eficientes, los empresarios pequeños y medianos en trance de crecer, sin duda estará pensando ¿si tanto me quieren por qué me tratan así?