DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Octubre de 2011

Popularización de la reforma

La  reforma de la justicia se aleja de la opinión pública. No va contra ella ni, mucho menos, la lesiona. Simplemente se distancia algo que debería estar en el centro de las preocupaciones de todos los colombianos, colectivamente, y de cada uno de ellos, personalmente.
La forma como se aparta, con lentitud, sin sobresaltos, no permite apreciar a diario el fenómeno, pero es evidente si comparamos lo que pensaba y a lo que aspiraba la gente hace varios meses, cuando era una necesidad sentida, y lo que piensa y quiere ahora, presentado el proyecto de ley ante el Congreso e iniciado su duro tránsito legislativo.
El ambiente reformista se alimentaba de un sentimiento popular generalizado, con fundamento en hechos indiscutibles.
¿Hay buenos jueces en Colombia? Sí. Muy buenos. Capaces. Bien preparados y valientes.
¿Hay buena justicia? No. Es lenta y justicia demorada no es justicia Los retardos son impresionantes y los despachos judiciales se atascan más cada día.
¿Se necesita una reforma de la justicia? Obvio. Y no da espera. Nadie lo discute. Si no hay justicia pronta y cumplida, el país se desbarajusta.
¿El país sabe en qué consiste la reforma que estudia el Congreso? A duras penas escucha hablar de algunos temas puntuales.
¿Esos temas se relacionan con las causas de los males que aquejan la justicia? Remota, muy remotamente. Y así lo siente el ciudadano común. Piensa que, para los casos que estudia a diario la justicia, poco o nada tienen que ver los cambios en el juzgamiento de los altos funcionarios, el período de los magistrados o la manera de elegir los titulares de funciones claves del Estado.
¿Se conservan las esperanzas de una reforma que ponga a marchar la justicia de cada día, la que interesa directamente al colombiano? Quedan pocas. Vienen desinflándose a pesar de los esfuerzos gubernamentales y la buena disposición parlamentaria.
¿Por qué?
El Ejecutivo muestra la mejor voluntad. La justicia recuperó su ministerio. El ministro es un jurista eminente. Las Altas Cortes acumulan una impresionante cantidad de sabiduría jurídica. La experiencia de muchos años permite identificar los temas neurálgicos. ¿Qué falta?
Acercar esos temas a la gente para que no aparezcan lejanos, casi esotéricos, ni se crea que solo se están arreglando los problemas notorios que se presentan en la cúpula, mientras el ciudadano raso sigue enmarañado en las complicaciones de unos juzgados y tribunales que soportan cargas de trabajo capaces de aplastar al más diligente de los jueces del mundo.
Una divulgación intensa de lo que se propone y de la forma como la aplicación de las nuevas reglas afectaría al ciudadano común y corriente que se ve obligado a recurrir a la justicia, popularizaría, en el mejor sentido, la reforma. Y una discusión en vivo y en directo resucitaría la preocupación nacional por una justicia eficaz, reanimadora de esperanzas.
Dejaría de mirarse el trámite de la reforma a distancia, con una indiferencia creciente que corre el riesgo de volverse total y de convertir los anhelos de tener una justicia operante en uno de los grandes desencantos nacionales, que nos deje, otra vez, con reforma judicial y sin justicia.