DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 28 de Octubre de 2011

Alma peregrina

 

DESDE  hace siete días acompaña a los bogotanos una bellísima obra de arte, llena de significados espirituales. En el templete del Parque Simón Bolívar, la estatua del Papa Juan Pablo II nos recordará permanentemente su mensaje y su personalidad, lo que representó para el mundo su presencia y la proyección futura de su concepción sobre la vida y la misión de la Iglesia.
La formidable escultura de la artista Julia Merizalde Price no es sólo una obra de arte admirable, producto del talento excepcional de su autora, sino que está llena de contenido y transmite una calidez digna del Papa recientemente beatificado. Tiene el aliento interior que impulsó a Karol Wojtyla a lo largo de su vida ejemplar. “Está que habla” comentan los espectadores ante esculturas maestras. Y en verdad ésta, de 2.80 metros de alta, nos dice muchas cosas.
Rompiendo con la costumbre, la estatua es una auténtica representación del Pontífice en movimiento, que conduce su Iglesia hacia el siglo XXI. Para comenzar, su ubicación nos recuerda la visita de Paulo VI a Colombia y sus palabras de paz y de justicia, pronunciadas precisamente en ese sitio, ante una de las más grandes muchedumbres que se han congregado en nuestro país. Supimos, desde entonces, que estaban superadas, definitivamente, las coyunturas históricas que encerraron a los pontífices en el Vaticano durante largo tiempo, y lo ratificamos con la presencia de Juan Pablo II entre nosotros, hace veinticinco años.
Todo en la escultura es movimiento como corresponde a uno de los más carismáticos sucesores de San Pedro. Juan Pablo camina con decisión, va con paso firme hacia adelante, con el viento que agita la esclavina y riza los pliegues de la sotana. Los ojos están fijos en el camino, que mira seguro porque lo conduce a Dios. El crucifijo cuelga de su cuello y él lo aprieta con su mano izquierda, con amor y confianza a la vez, y lo estrecha contra el corazón. La estola se mueve al compás del viento y del andar, envolviéndolo en un halo de esperanza que invita a caminar a su lado.
Para quienes tuvimos el privilegio de vivir en su época, es el recuerdo de una existencia ejemplar, fundido en metal noble por una artista que logró reflejar en él la personalidad excepcional del Papa Wojtyla. Ahora, tanto fieles como escépticos tendrán la oportunidad de visitarlo para inspirarse en sus enseñanzas y, a la vez, deleitarse con el placer estético de contemplar una obra de arte cuya fama crecerá a medida que los días le acerquen más espectadores.
Para un país tan necesitado de la ayuda de Dios como el nuestro, esta Alma Peregrina, que camina hacia el cielo, representa un hito definitivo en la aproximación a Él y, también, nos recuerda a uno de los grandes personajes de la historia de la humanidad, que no tiene la frialdad hierática del bronce sino la calidez humana de un pastor beatificado que marcha hacia su canonización. La estatua nos invita a acompañarlo.