¿A dónde irán las regalías?
Deberíamos comenzar preguntando a dónde fueron las regalías que hace algunos años surgieron como redentoras de muchas zonas pobres del país y terminaron convertidas en una de las más tristes y cuantiosas decepciones nacionales.
Este análisis aún está pendiente de completarse hasta el último detalle, pero lo que se conoce debería servirnos para no caer en los mismos errores. Porque si los fondos que comienzan a asignarse según la nueva reglamentación siguen el camino de los anteriores, así sea en mínima parte, es preferible que las riquezas naturales continúen enterradas en el subsuelo y no inflen más los bolsillos de los saqueadores el presupuesto, hasta que seamos capaces de explotarlas para beneficio colectivo.
Tal vez nunca se conozca completa la historia de cómo se perdieron esos billones, pero lo conocido es suficiente para obligarnos a montar un sistema de controles que impida la mezcla ruinosa de gastos típicos de nuevos ricos y de robos descarados.
Está probado que el ingenio de los defraudadores elude la vigilancia, por severa que ella sea. Queda, sin embargo, un tipo de recurso de eficacia comprobada: la luz. Si se ilumina todo el proceso, le agregamos a la tarea de los auditores una cooperación masiva de la ciudadanía. Cuatro ojos ven más que dos y, en este caso, millones de ojos verán más que los revisores.
La iluminación de las secuencias del gasto, para que no quede oscuro ni el más remoto rincón, impide que los saqueadores se escondan y que los asaltantes ocasionales hagan de las suyas, al amparo de las sombras.
Para que el sistema opere sería necesario adelantar primero una campaña de concienciación para que la gente defienda lo suyo. La cual, por lo demás, está bastante avanzada con la difusión de lo ocurrido en el pasado inmediato y los ejemplos que ya entraron al catálogo de las verdades inverosímiles, como las piscinas de olas en sitios donde no hay ni escuelas ni electricidad y difícilmente se encuentra agua con qué llenar la pileta.
Y se requeriría, también, una información constante sobre el destino de los fondos y el avance de obra. Si hay publicaciones frecuentes, el público se encargará de identificar en segundos las movidas falsas y, con la habilidad propia de nuestra gente, cantarán los peligros con anticipación y descubrirán los movimientos delictivos tan pronto se inicien.
De paso, una vigilancia colectiva de este género afirma la solidaridad social y fomenta el interés por defender lo público. Por supuesto, el entusiasmo por cuidar las regalías aumentará si, además, se establecen recompensas para quienes denuncien a los saqueadores y señalen las irregularidades.
Estos instrumentos ya existen, es cuestión de ensamblarlos, integrándolos en un plan para cuidar las regalías. Así sabremos a donde irán y tendremos la certeza de que llegarán completas. ¿Es costoso hacerlo? Sí, cuesta. Pero en todo caso muchísimo menos que sacar dinero del presupuesto para destinarlo a escuelas que no existen, centros de salud que no están en ninguna parte, edificios que no se levantan y puentes donde no hay ríos… O simplemente para que alguien se lo embolsille.