DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Enero de 2012

 

Un recorrido triunfal

 

La reliquia de Juan Pablo II completa su peregrinaje por territorio colombiano en medio del fervor popular, demostrándonos que el país mantiene unos inmensos recursos espirituales, que están ahí, adormecidos, en espera de unas propuestas que los despierten para mostrar el extraordinario poder de la común unidad de almas que salen al encuentro con Dios.

Más allá de su conformación física, una reliquia es importante por la persona con quien nos relaciona. Y la del Papa Wojtyla no sólo recuerda a uno de los grandes pontífices de la historia, sino que, gracias a esa relación y a las remembranzas que trae, despierta en nosotros unos cálidos sentimientos de afecto, fruto de las semillas sembradas por el Papa a lo largo de su extenso e impactante ejercicio pastoral.

Fue como si nos visitara otra vez. Y, como hace 25 años, reforzó la fe de los católicos y les repitió a los miembros de otras religiones que hay mucho en común cuando se cree en un ser superior, según quedó demostrado en el hermoso encuentro de Asís. A los agnósticos y a los ateos les recordó, con la sencillez y afecto de cuando estaba en este mundo, que no son enemigos ni se les embiste como a antagonistas furiosos, sino que están siempre abiertas las puertas del amor y de la inteligencia, para que se acerquen al conocimiento de Dios por la vía del corazón o por las ventanas de la mente.

Vivimos, de nuevo, la efervescencia de la fe. En la Catedral de Bogotá no cabía un alma y al frente, la Plaza de Bolívar se llenaba con una de las reuniones más multitudinarias y fervorosas que ha visto la estatua del Libertador. Filas interminables, de a dos y tres personas en fondo, describían eses y más eses en los alrededores. Y cuando se desgajó un fuerte aguacero, niños y adultos soportaron la lluvia y el frío, avanzando paso a paso hasta detenerse, así fuera unos pocos segundos, ante la reliquia que los acercaba a Juan Pablo.

Como en los mejores momentos de su visita, hace 25 años, buena parte de la multitud estaba integrada por jóvenes. Mucha gente lloraba, sin ocultar las lágrimas, orgullosa de su llanto de amor por el amigo que se preocupó siempre por ayudarnos en el negocio más importante de la vida: la salvación del alma.

En Cartago se repitió la conmovedora demostración de fervor.

Acontecimientos de esta naturaleza comprueban la gran magnitud de las reservas espirituales de nuestro país. Debemos utilizarlas ya en la búsqueda de objetivos como la paz o la justicia social, donde los expertos en manejar los recursos materiales o fracasan del todo o avanzan con lentitud.

Después de andar tanto tiempo pegados a la tierra, agachados, rastreando el sendero, es hora de intentar algo nuevo: caminar con la cabeza alta, invocar a Dios y aplicar las lecciones de santos como Juan Pablo II.

La visita de la reliquia le da un gran impulso a este empeño al propiciar que, como personas y como país, redescubramos la fuerza del espíritu y levantemos la mirada.