Entre gobernar y administrar existe un abismo. Las diferencias son inmensas. Administrar es una cuestión de técnica. Gobernar es cuestión de autoridad. Para gobernar se requiere no solo don de mando, sino principalmente visión integral y global de los asuntos públicos. Para administrar es suficiente la destreza limitada en lo que se maneja. La administración se reduce a una cuestión parcial y fragmentada. El gobierno hace relación con toda una comunidad en sus múltiples aspectos. Lo que alude a un pueblo incluye ricos y pobres, poderosos y marginados, sanos y enfermos, ignorantes y sabios. El administrador organiza, coordina, establece prioridades, cuantifica y pone todo a funcionar. El gobernante señala metas, ilumina, guía, recomienda soluciones generales y se hace seguir. El administrador detalla riesgos, localiza peligros, vacila y duda. El gobernante visionariamente supera con acierto las encrucijadas.
Inteligentemente Rodrigo Borja, ex presidente del Ecuador en su famosa obra “Enciclopedia política”, hace incisivas reflexiones. Veamos. La tecnología es la aplicación científica y descarnada a tareas rutinarias y prácticas. Los técnicos son los que saben cómo se hacen las cosas. Pero el ámbito de sus conocimientos es muy restringido. La tecnocracia, con bastante frecuencia es inconveniente y no recomendable siempre, pues el tecnócrata ostenta conocimientos circunscritos a su área de especialización. En estas condiciones no están en posibilidad de manejar los asuntos complejos del Estado, ni de tomar decisiones de orden general. Ciertos asuntos sensibles al pueblo, deben ser manejados y resueltos por el estadista, pues éste tiene un criterio más universal y maduro.
En el mundo moderno, marcado por la globalización de la economía, los tecnócratas pueden ser extraños en este ambiente cósmico. Se piensa que algunos tecnócratas deben estar perdidos detrás de los computadores de las grandes corporaciones multinacionales en donde se toman decisiones que comprometen a lejanos países no muy conocidos. En estos sitios son casi invisibles y la responsabilidad se diluye.
Las decisiones de las transnacionales surten efectos en lugares muy distintos de la casa matriz.
El que gobierna es un maestro, el que administra es un profesor. Cuando un país está mal administrado sobreviene la crisis económica, cuando está mal gobernado se generaliza el malestar político en la población. Está muy generalizada la tendencia a hablar mal de los políticos y exaltar a los técnicos, a los gerentes, a los administradores. Es conveniente hacer claridad en este punto. Los políticos son la esencia de la democracia. Sin conductores políticos jamás podría funcionar ninguna democracia. ¿Queremos acaso que la bota de un sátrapa nos asfixie?... El día en que nos gobierne un dictador, los que tanto aborrecen a los políticos, serán los primeros en quejarse por la falta de libertad. La peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras.
La desaparición de las libertades políticas es la desgracia más horrorosa que le puede ocurrir a un pueblo. Lo normal es que a la jefatura de los Estados vayan los políticos, por cuanto son estos los que primordialmente, se ocupan de la cosa pública.