Don Enrique Santos Castillo | El Nuevo Siglo
Sábado, 1 de Abril de 2017

Haber ejercido el bello oficio del periodismo desde mis años adolescentes ha sido mi mayor orgullo y mi más grande satisfacción.  En su ejercicio he tenido la oportunidad de conocer y tratar grandes colombianos, uno de ellos Don Enrique Santos Castillo y lo hice trabajando a sus órdenes, en el viejo edificio de El Tiempo de la Avenida Jiménez.

Fueron tiempos inolvidables a mediados de la década de los sesenta. Don Enrique alternaba por aquel entonces la Jefatura de Redacción con su hermano Don Hernando, bajo la batuta de Don Roberto García Peña. La redacción la componíamos menos de diez reporteros y redactores, no los doscientos actuales. Sin internet ni redes sociales, ni sofisticadas tecnologías, cumplíamos agotadoras pero felices jornadas que cubrían la vida de una Colombia todavía pastoril.

Hijo "aconducatado" del gran Calibán, era un bogotano a carta cabal, con gran sentido del humor. Elegante en sus modales y decires, su afectuoso trato era igual para sus amigos del Club como para sus compañeros linotipistas. Tuteaba con sincera familiaridad a sus "chinitos", sin importar su cargo o su condición social. Sin escribir una línea, con dos o tres observaciones magistrales, enderezaba cualquier crónica o reportaje.

Conocía la historia y  la picaresca y gozaba recordando anécdotas. Su agudeza profesional hacía sufrir a Cuadradito, el jefe de galeras, haciendo cambios claves a las páginas centrales y en especial a la primera. Y en los intervalos, el teléfono lo mantenía caliente con sus fuentes, fuera el propio Presidente o el más lejano alcaide provinciano. Muy raras veces perdía su humor y su sonrisa a flor de labios. Por si fuera poco, su búnker como solía llamar a su oficina, era visitada a toda hora por encopetados funcionarios o insufribles lagartos. Pero todos merecían su atención y su "chulo para sociales".

Pinceladas de borrosos pero cariñosos recuerdos de su bonhomía y sencillez. Como telón de fondo, de gran fondo, su amada familia. Su entrañable compañera de todas las batallas, doña Clemencia, su gran legado fueron sus hijos: Enrique,  el mejor columnista; Luis Fernando, el gran modernizado del diario; el presidente Juan Manuel, con su mismo olfato político y Felipe, el empresario de nuevos medios.

Ayer viernes muchos de sus amigos y admiradores nos dimos religiosa cita en la hermosa capilla de Santa María de los Ángeles para evocar su memoria y exaltar una vida plena de satisfacciones, que quisiéramos sirva de ejemplo a las nuevas generaciones de periodistas que hoy ejercen "el más bello oficio" y lo tratan de hacer con la misma responsabilidad y honestidad de Don Enrique.