Esta pregunta la pronuncia Dios en el Génesis, al salir a dar vuelta por el paraíso. Se la dirige a Adán y este responde lleno de confusión, signo evidente de que no sabía dónde estaba. El tema de fondo es el lugar en la vida y frente al mismo Dios. La cuestión no pierde validez nunca. Aunque la vida parece tener su propia fuerza y destino, en últimas es el mismo ser humano el que decide donde situarse existencial y espiritualmente. Pese a todo, cada persona sigue siendo la responsable de su vida y la encargada de llevarla muy lejos o simplemente de enterrar sus dones y talentos y no trascender nunca.
Si dirigimos la pregunta de Dios al hombre y la mujer de hoy se puede suscitar una reflexión interesante. Ciertamente están subyugados los dos por los enormes cambios de la vida actual y en este sentido están como en otro planeta, muy diferente al de nuestros primeros padres. Están en un ambiente en que cada uno se ha vuelto más y más dueño de su destino y no lo hipotecan a nadie con facilidad, ni siquiera al mismo Dios.
Pero también están en un mundo que les comunica mil sensaciones de incertidumbre y de falta de paz y plenitud. Angustia y temor parecen respirarse en la atmósfera vital de esta época. Y, también, están de alguna manera y por muy diversos caminos en la búsqueda de lo espiritual. En síntesis, los descendientes de Adán y Eva, no parece tener más claridad que estos viejos ancestros, que un día eran íntimos de Dios y tiempo después se le escondían entre los arbustos.
La posibilidad de responder con claridad la pregunta de Dios acerca de dónde está Adán, es decir, cada uno de nosotros, sigue abierta y sigue siendo oportuna. En el fondo es una cuestión que abarca las fuentes del sentido de la existencia: donde estas respecto al Creador, al amor, a la esperanza, a la solidaridad con la raza humana, al vínculo con la naturaleza. Siempre valdrá la pena gastarse un tiempo, de vez en cuando, para pensar donde estoy respecto a lo que es importante siempre, a lo que está por encima de lo pasajero, a lo que siempre inquieta el corazón humano.
Al contemplar próximamente al Niño Dios, bien vale la pena tenerle una respuesta y tenerla también para uno mismo.