¿A dónde nos quieren llevar? | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Noviembre de 2018

NO hace mucho comenté, en este medio, sobre las agallas de la Corte Constitucional declarando como legal el exterminio de bebés anidados en el vientre de su madre, y hace poco, esta misma Corte ratificó que la vida humana no es de su interés, a su gusto.

Esto evidencia que esta Corte reconoce una libertad condicionada a la no inexistencia de una conciencia. Al pronunciarse sobre lo divino y lo humano, sin conciencia, se coloca por encima de la libertad natural. Es evidente que muchos, las mayorías, reclaman su derecho de opinar en conciencia sobre lo que creen, pero se les impide, en nombre de la “no discriminación”. Simultáneamente y en nombre de la “no discriminación”, unas minorías privilegiadas, promueven por todas partes su vacío de conciencia.

Se trata de una libertad, amañada: “libertad si pero no para todos”, cuando la libertad personal debe responder, necesariamente, a la libertad de todos. Es inexplicable que tengamos magistrados que creen que están por encima de la conciencia humana, siendo esta el ámbito más secreto y el más sagrado del hombre, en el que se encuentra íntimamente con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella (Cfr. Gaudium et spes).

Hay leyes naturales que no desaparecen por el fanatismo de unos desorientados, como el llamado natural de los humanos de buscar la verdad en la realidad que forma la conciencia, que se fortalece  paulatinamente, en respuesta al llamado a obrar en la verdad.

Es sabido que reforzar la conciencia renueva, radicalmente, a la persona humana y a la sociedad. Y que cualquier cambio económico, político, judicial, cultural, en la comunidad, por bueno que sea, poco logra, si no hay una renovación, profunda, de la conciencia de las personas. Esto es lo que permite que se forme una vida social recta según las reglas de la ley natural, esto es que el hombre no se da sí mismo si no la descubre en lo más profundo de su conciencia, a cuya voz debe obedecer.

Esta voz es la ley interior de la libertad que orienta a la persona al escoger el bien y la invita a no hacer el mal. La violación de esta ley, mediante un acto de derecho positivo, se devuelve, siempre, contra la libertad de alguien y contra su dignidad.

El culto idolátrico de la libertad, que a menudo se propone a la persona humana de hoy, representa para ella un gran peligro. Llevando al caos y a la desviación de la conciencia, y privando a la persona de una eficacísima autodefensa contra las diferentes formas de esclavitud (Cfr. San Juan Pablo II).

Estas pinceladas me recuerdan otra dimensión de la conciencia: la autonomía de la Educación Superior, sin la cual lo que llamamos universidad deja de serlo. La acreditación, o como quieran llamarla, es lastrar la libertad de las conciencias de los futuros profesionales del mundo. Es intervenir en la investigación y en la búsqueda de la verdad, fundamento del verdadero desarrollo de las personas y de la nación.