En Colombia, por décadas, ha sido tradicional que los presidentes gobiernen a punta de pupitrazos y de repartir mermelada, o “manteca de cerdo” (pork belly), como llaman en USA a las prebendas distribuidas por los gobernantes entre los políticos, para engrasarles la maquinaria y lograr la aprobación de proyectos de interés para sus gobiernos.
Iván Duque está tratando de romper con esas funestas costumbres, ejerciendo un innovador estilo de gobierno, que da preferencia a la concertación, al dialogo y a la ausencia de mermelada. Pero, valga la verdad, tal estilo le costó caro al comienzo. Los viejos vicios son difíciles de romper.
Romper con costumbres enquistadas en la clase política, o para el efecto, en cualquier gremio, es difícil, doloroso y, a veces, imposible; tan imposible, como acabar con las adicciones. Y no se puede negar, eso de recibir prebendas del gobierno como premio al apoyo de sus proyectos, causa una potente adicción.
De ahí algunas las dificultades que Duque ha tenido para obtener la aprobación de importantes reformas indispensables para lograr sus propósitos. Entre ellas: la Reforma Política, la cual apunta a derrotar la corrupción a todo nivel, especialmente entre la clase política. El país ha visto cómo algunos congresistas han demostrado una aparente incapacidad para funcionar sin la “manteca” acostumbrada.
Adicionalmente, Duque ha planteado un modelo de gobierno sin polarización, sin aguijón, ni ponzoña. Inclusive ha insistido en un “Pacto Nacional por Colombia” para unir a nuestra nación, profundamente herida por décadas de guerra, y un acuerdo con las Farc que, antes de unirnos, nos dividió profundamente.
Hoy, a escasos cuatro meses de su posesión, ha mantenido su propósito. La repartición de prebendas y puestos a todo nivel, en entidades públicas y cuerpo diplomático (los más apetecidos), se ha mantenido en un mínimo. Y su lenguaje se destaca por su moderación, aún ante furiosos ataques de la oposición.
Algunos opinan que el Presidente debe comprender que gobernar es ejercer la política a “raja tabla” y que: el que gana gobierna con su gente y algunos aliados, para poder desarrollar sus programas.
Quizá tengan algo de razón, pero la repartición de mermelada o “manteca de puerco” (termino mucho más apropiado) se había convertido en un feo y corrosivo vicio, que había que detener de un tajo. Y parece que lo está logrando.
Gobernar una nación no da respiro ni tregua, más cuando no se reparten prebendas para satisfacer a la clase política. Pero poco a poco, su estilo de gobierno ha ido ganando terreno.
Él mismo ha encabezado negociaciones tan complejas como el aumento del salario mínimo que beneficiará a toda la clase trabajadora del país, y el difícil acuerdo con los estudiantes que, bien administrado, le dará un importante impulso a la educación pública universitaria.
También hay quienes califican su ánimo conciliador como debilidad. Pero va quedando claro que Duque gobernará con serenidad más no con debilidad y que su ánimo es tolerante, sin aguijón ni ponzoña.
La teoría de Roosevelt de “la zanahoria y el garrote”, esa mezcla de recompensas y castigos para lograr el cometido no es del gusto de nuestro nuevo mandatario.
Qué importante para la tranquilidad colombiana que Duque logre liderar a leones o alimañas sin perder el equilibrio, con su manera conciliadora y amable. ¡Qué refrescante!