EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Mayo de 2013

Alma, vida y sombrero

 

No  necesariamente el que piensa pierde, como se suele afirmar coloquialmente. Resulta que los seres humanos tenemos tres fuerzas vitales, que son los reactores que nos proveen la energía requerida para vivir cada día. Dado que somos únicos e irrepetibles, cada persona tiene configurados esos reactores de manera diferente; sin embargo, lo que es común a todos, es que hay uno que marcha a plena potencia, otro un poco menos potente, y otro definitivamente rezagado. Esos reactores son la fuerza instintiva, la fuerza emocional y la fuerza racional, esos que coloquialmente empleamos en la expresión alma (emoción), vida (acción) y sombrero (razón), para afirmar que estamos plenamente conectados con lo que estamos haciendo.

El reactor racional tiene que ver con la capacidad de poner las ideas en orden, al servicio de la vida. El principal obstáculo para ello es el miedo, que paraliza y no permite que aquello que se piensa se convierta en realidad. Quedarse solamente en la cabeza no es tan sano, pues corremos el riesgo de sufrir el síndrome del chulo estreñido, que planea, planea, y no hace. El exceso de planeación sin acción no sirve, como tampoco si le falta emoción. Por ello es importante reconocer cuáles son nuestros miedos, para que, al atravesarlos, seamos capaces de ponernos en acción amorosa: miedo a participar en la vida, a ser castigados, al dolor…

El reactor instintivo nos suministra la fuerza para la acción, y el principal obstáculo es la inercia inconsciente: o hacemos mucho, para otros, sin poder parar y sin vernos a nosotros mismos; hacemos mucho para tener cada vez más poder y avasallar con él; o hacemos mucho para demostrarle al mundo que somos los llamados a transformar la existencia, en lo cual nos podemos olvidar de nosotros mismos. El exceso de acción, cuando no está enfocada desde el amor, nos puede llevar cada vez más lejos de nuestra esencia.

El reactor emocional nos proporciona la fuerza del corazón, la necesidad interior de ser reconocidos. Aquí el obstáculo es el dolor. Dolor de no ser reconocidos en nuestra individualidad, dolor al tener que comprar amor a cambio de dádivas, dolor de no sentir que nos aplauden cada gracia que hacemos; el tema del dolor tiene que ver con la imagen que proyectamos, desde la cual queremos ser amados. La obsesión con la imagen nos aleja de experiencias sanas de amor, pues nos condicionamos a la mirada de los otros, a la vez que los condicionamos a la nuestra.

La clave está en balancear emoción, razón e instinto, en ponerlas al servicio de un bien superior. Alma, vida y sombrero, interactuando desde el amor, pueden significar una vida plena, aquí y ahora.