EL proceso del fin del conflicto está próximo. Lo que falta es una visión, un sueño el nuevo país. Los partidos no parecen dar la talla para ese uso de la imaginación, imaginación que es la más científica de las facultades. Se quedan cuestionando o francamente oponiéndose ante este inevitable hecho histórico como plañideras. O lo apoyan, sin embarcarse en la reconstrucción que supone. El acuerdo de La Habana equivale al fin de la guerra de los Mil Días a principios del siglo pasado, al acuerdo bipartidista contra la dictadura a mediados de siglo, y al acuerdo con la guerrilla urbana del M-19 en los años 90.
En estos casos se logró, mal o bien, pero siempre para mejor, el pacto. A pesar de los más empecinados detractores de los extremos. Y así volverá a ocurrir. Tras la guerra de los Mil Días, el general Uribe Uribe terminó por apoyar al gobierno conservador del presidente Concha durante la primera guerra mundial. Esa conflagración mundial afectó en materia grave la economía nacional. Y los seguidores del general que se sintieron traicionados, aupados por fuerzas desafectas al gobierno pero incrustadas en su servicio de seguridad, orquestaron su asesinato, según las últimas averiguaciones.
La coalición bipartidista contra la dictadura sufrió varias intentonas de golpe militar. Pero por fortuna, sin éxito. Y el acuerdo con el M-19 sufrió atentados, a veces mortales, contra los dirigentes de esa guerrilla. Sin embargo sus militantes hicieron tránsito a la vida civil y política. Al punto que alguno de ellos, sin desnucarse, milita en el ultra derechista Centro Democrático y se rasga las vestiduras porque habrá un nuevo acuerdo con otros insurgentes. Se le hace injusto…
Sí, se hace difícil razonar con su grupo que desde el arranque ha negado siquiera que ese conflicto existe, pero es necesario.
Estados Unidos respalda de manera activa este pacto con las Farc. Lo respalda el Vaticano con activa gestión del Papa. Lo respalda la ONU, y en general los 200 países del orbe. Tiene apoyo financiero de parte de los grandes organismos y bancos internacionales que no conciben una prolongación indefinida del peligroso conflicto.
Quienes prefieren una buena guerra a un mediano arreglo dejarán la impresión de haber sido parte del problema más que de la solución. Y sobre todo de no haber soñado una Colombia posible, un país incluyente.
Parecerán empeñados en perpetuar una situación que tiene raíces centenarias, y que hace a Colombia el último Estado del continente con guerra interna.