Hace ocho años el presidente Daniel Ortega copó titulares en los medios de comunicación al anunciar que la firma china del empresario Wang Jing construiría un canal interoceánico, de cuarenta mil millones de dólares, que desbancaría al de Panamá y convertiría a Nicaragua en país clave a nivel mundial.
El multimillonario fue a Managua en el 2013 y el mandatario sandinista gritó: “¡Tanto tiempo nuestro pueblo yendo por el desierto buscando la tierra prometida, pero llegó el día, la hora de alcanzarla, junto a mi hermano Wang!” La obra quedó en veremos. A finales del 2015 la empresa de telecomunicaciones del magnate se vino al suelo por la caída de la Bolsa de Hong Kong, el chino perdió además fuertes sumas de dinero en otras actividades, nunca supimos por dónde navegarían los barcos y si ello sucediera como afectaría convenios limítrofes suscritos por otros Estados con Colombia, lo del canal resultó fantasía a pesar del trazado arbitrario de líneas fronterizas marítimas y de la solicitud de extensión de la plataforma continental a más de doscientas millas presentada ante la Corte Internacional de Justicia.
El proyecto del canal de 276 kilómetros de longitud, entre 230 a 520 metros de anchura y 70 de calado quedó sepultado, lo cual evitó mayores daños ambientales y dragados con graves perjuicios para los pobladores de importante región dotada de excepcional riqueza natural.
Ahora, el presidente Ortega trata de resucitarlo arremete contra la iglesia católica, llama a los curas “demonios de sotana,” acusa a los Estados Unidos de financiar el terrorismo en su país y le pide a los nicaragüenses unidad contra Colombia, difícil entender su frase de que “el pueblo armado jamás será aplastado”, - ¿Y el desarmado?-, pierde cada vez mayor credibilidad interna y externa, debiera pensar en no ocasionarle nuevos daños a su patria y frenar la represión desatada poniendo presos a adversarios políticos que antes fueron amigos.
Como lo he manifestado en forma repetida la Corte de la Haya carece de competencia para declarar extensión de plataformas continentales, si lo hiciera crearía enredos en un planeta convulsionado, Colombia considera hermanos a los nicaragüenses y con ese pueblo, al igual que con otros Estados, corresponde programar convenios bilaterales y multilaterales de cooperación y desarrollo sostenible cuando las circunstancias lo permitan. Aquí nadie pide enfrentamientos de ninguna clase, la protección del mar, la conservación de especies, lo referente a la reserva de Sea Flower, implica diálogo constructivo, ojalá que la Corte de la Haya no se equivoque en sus pronunciamientos, el tema continúa su curso pero no sobra considerar erróneas las manifestaciones del presidente Ortega pronunciadas estos últimos días. ¿Cuándo, después de decenios, el Congreso de Colombia se referirá a un asunto crucial? Los aspirantes a la presidencia en el 2022 tienen que interesarse no solamente por la defensa del archipiélago de San Andrés y Providencia sino de una inmensa extensión de mar vital para Colombia, el Caribe y este recalentado planeta.