Las encuestas colombianas muestran el auge político de un movimiento antagónico al establecimiento tradicional. Y si las elecciones fuesen hoy, el exguerrillero Gustavo Petro sería el próximo presidente de la República. Desde luego la élite amenazada tiene tanto deseo de diagnosticar lo ocurrido, como lo puede tener un camarada comunista tras la caída de la URSS.
Sufren de una severa incapacidad de mirarse a sí mismo en la parábola de su historia. La enérgica negación de cuestionar sus errores en esa ecuación de la que hizo parte.
Este siglo ha estado gobernado por una derecha que al principio fue extrema y produjo más asesinatos de estado que la dictadura de Pinochet en Chile. Luego fue algo más creativa y logró un pacto con las Farc. Ahora dio vuelta atrás y nombró “al que diga Uribe”, revelando su atrofia creativa ante la difícil realidad colombiana.
Esa mediocridad encarnada en el actual gobernante, primero tardó en reconocer la necesidad de controlar los vuelos al inicio de la pandemia. Solo lo hizo tras enfrentamientos con la alcaldesa de Bogotá. Y ahora es uno de los coleros latinoamericanos en conseguir la vacuna. Pero no sin antes haber hecho una reforma tributaria en la que el ministro de Hacienda había castigado el rubro de la salud, y ahora planea otra sangrando al anémico…
Que la cancillería colombiana tenga menos contactos internacionales para conseguir la vacuna antes que Nicaragua o Venezuela parece pasar desapercibido en los periódicos de cubrimiento adscritos al sector financiero. Que la canciller no despabile tras varios meses de maltratos a los colombianos en los aeropuertos mexicanos, es un lugar común en las redes sociales. Y ese contraste entre el país real descrito por medios virtuales es el que hoy pesa en forma decisiva en el sentimiento colectivo que le da la mayoría a Petro. Necesitamos cien millones de vacunas y el Presidente sale en la tv, en espera de felicitaciones, cuando apenas habían llegado cincuenta mil… Mientras tanto unos congresistas áulicos, han propuesto postergar la elección extendiendo dos años más la mediocridad vigente.
Es justo decir que los gobernantes han sido regulares en un país sin grandes recursos en petróleo, por ejemplo. Y esa faltante ha aguzado la capacidad creativa nacional, en cuya cúspide se situaba el industrioso antioqueño. Pero tras el escándalo de Hidroituango en la que algunos miembros de las empresas públicas de Medellín mal hicieron la construcción de la represa, ese prestigio ha salido mal herido, y sus políticos también.
Pero lo más oneroso, que en verdad merece el abusado calificativo de “histórico”, son los miles de jóvenes asesinados durante el régimen de Uribe, y la absoluta incapacidad institucional de fijar una responsabilidad política, como ha ocurrido en Chile, y en otros casos de genocidios que aquí llaman “falsos positivos”. Y la mediocre extensión de ese régimen en la persona del actual gobernante, supone una mayor concentración de la riqueza, y una urgencia de un cambio por peligroso que este sea.