Dicen que a los bogotanos nos da pavor hacer el oso. Y eso es una virtud, aunque no se crea. Es como una especie de pudor para no andar por ahí exhibiendo lo que no hay que exhibir y dejando ver lo que es muy privado. Es como una extensión del sentido de la intimidad para que cada uno pueda ser en verdad dueño de su propia vida. Pienso a veces en los que luchan por ser famosos. No saben en lo que se están metiendo y la enajenación en la que van a caer. Es una tentación del que siente que no está completo y requiere que los demás le completen su ser. Un proceso mental complejo y agotador. Pero la intimidad en los usos y las costumbres tiene un gran encanto y parece corresponder más a la naturaleza humana que aquello de estar subido en una tarima para que le lancen flores y tomates a la vez o por turnos.
El raro tiempo que estamos viviendo le ha dado un nuevo aire a la intimidad, a la privacidad, a lo que es personal, de la familia y de nadie más. En lo religioso, por ejemplo, estamos transitando un momento en que las pocas ceremonias que se están realizando, especialmente las de los funerales, han tenido ese sabor delicado de lo íntimo. No se diría de pocas personas, sino de aquellas para las cuales el acontecimiento es más significativo e importante. Y me he podido dar cuenta de que ese ambiente no tumultuoso parece dar más serenidad y paz a los dolientes, que aquellas escenas de gentes sin fin que amorosamente abrazan hasta lesionar la espalda del afligido. Y el bautizo con padres y padrinos. Y el matrimonio con él y ella (¡claro está!), padrinos, papás y hermanos. Son familia en plena función y tres son suficientes. Acaso, como en los caballos, 5 y 6. Y las cosas fluyen sin tanta complicación. Y además son más baratas.
En alguna ocasión, hablando de la oración, Jesús les dijo a los discípulos que esta debía hacerse a puerta cerrada, en la propia habitación y contó que allí en lo escondido Dios ve al orante. Una buena clave está contenida en esta indicación de Jesús: en la intimidad se ven nítidamente las profundidades del alma y de los sentimientos. Y esa es la razón de ser de lo íntimo. Lugar para los que pueden ver con el alma lo que allí sucede, lo que les pertenece solo a ellos, lo que solo a ellos puede nutrir.
En la sociedad del espectáculo, como la llamó la pluma peruana, nos piden desnudarnos de cuerpo y alma ante el público y ahí comienzan oso y ridículo. La cuarentena nos ha hecho volver a ese cuarto de atrás, de luz cálida, que nos parecía lóbrego, pero que ahora da amparo y acoge sin resistencia. Es para mí y para los míos, únicamente. Prohibida la entrada a particulares.