A más de un mes del 28 de julio, el futuro de Venezuela depende de factores difíciles de conocer para la ciudadanía. La dictadura chavista ha demostrado que no dejará el poder sin verse obligada a hacerlo. Podría abandonarlo ante una sublevación dentro de los mandos medios del ejército, o ante una invasión estadounidense, semejante al caso de Panamá en 1989. Por otro lado, podría entregarlo ante la amenaza creíble e inminente de los escenarios anteriores, viendo insostenible su permanencia en el poder y optando por una salida negociada.
El gobierno estadounidense es el único del mundo libre con la capacidad de intensificar las amenazas creíbles que hoy enfrenta el chavismo. Considerando que el segundo gobierno de Maduro concluirá el 10 de enero de 2025, y que hoy no cuenta con mandato popular alguno para gobernar más allá de esa fecha, los primeros meses del año 2025 serán absolutamente críticos. Si Maduro permanece en el poder más allá de ese periodo, Venezuela habrá perdido definitivamente la oportunidad de hacer respetar el mandato popular.
Diez días después de esa fecha crítica será inaugurado un nuevo gobierno en Washington. Asumiendo la permanencia de Maduro en el poder hasta entonces, este gobierno definirá el futuro de Venezuela.
En caso de que resulte victoriosa la demócrata Kamala Harris, podemos anticipar la continuidad de la estrategia del presidente Biden. En la Convención Demócrata, la vicepresidenta afirmó su compromiso a dar “la lucha duradera entre la democracia y la tiranía,” enfatizando sus posturas frente a Ucrania, Israel e Irán, sin mencionar a Maduro. Ya vislumbramos un primer obstáculo. Para los demócratas, la crisis venezolana es un asunto periférico.
Por otro lado, el gobierno Biden ha tenido el mérito de condenar a la dictadura y a todos sus abusos. También es posible que sus muchas concesiones al chavismo hayan generado las condiciones propicias para las elecciones de este año, que le permitieron a la oposición desenmascarar a la tiranía como nunca antes en su historia. Sin embargo, si estos avances no resultan, finalmente, en un cambio de régimen, ninguna de esas concesiones habrá valido la pena.
En caso de un segundo gobierno de Donald Trump, es posible que Estados Unidos vuelva a endurecer su posición frente a Venezuela radicalmente. Recordemos que, asesorado por republicanos convencionales como Mike Pompeo, John Bolton y Marco Rubio, Trump dejaba todas las opciones sobre la mesa, incluyendo una posible invasión. Quizás una estrategia de presión máxima, aplicada en un momento tan vulnerable para Maduro, sea suficiente para obligarlo a entregar el poder.
Sin embargo, el discurso de Trump frente a Venezuela ha evolucionado de manera poco alentadora. Habla en términos similares de Maduro y Nayib Bukele, acusando a ambos de haber hecho seguros sus países mediante la deportación de delincuentes a Estados Unidos. Es una comparación doblemente falsa, pues Bukele redujo la criminalidad al encarcelar masivamente a los pandilleros de su país, mientras que Maduro redujo la violencia, en medida mucho menor, al favorecer a algunos elementos criminales en pugnas territoriales, como fue el caso de la disputa entre el Eln y las Farc en Apure.
Más que un país cercano en profunda crisis humanitaria, Venezuela es, para Trump, una fuente molesta de inmigración ilegal. Su prioridad ya no parece ser liberar a Venezuela, sino librar a su país de los venezolanos.
Afortunadamente, hay elementos internacionalistas y democráticos en ambos partidos que abogarán, seguramente, por una posición más proactiva contra Maduro. Esperemos que estos prevalezcan, sin importar quién ocupa la Casa Blanca.