Cada vez con mayor frecuencia se oye decir a las personas que ya no quieren vivir más. ¿Están enfermas o empobrecidas o solas o abandonadas? No. Se trata de otra cosa muy diferente. Vivir se ha vuelto algo poco atractivo para mucha gente en las condiciones, en el ambiente, en la mentalidad actual. El cambio radical que está experimentando la humanidad hoy en día viene dejando a muchísimas personas como expulsadas de la atmósfera de la vida. Y no es tan fácil decir exactamente de qué se trata o dónde se origina el malestar, pero es evidente que se respira en el ambiente.
El estilo de vida que se impone, los discursos que se escuchan, los modelos que se resaltan, los fanatismos de toda pelambre, la densidad invivible de las grandes ciudades, el acecho de todo tipo de inseguridades, la disolución de matrimonios y familias, el auge de formas no naturales de convivencia, la vulgarización de lo espiritual y de la religión, etc, han dado con crear una sensación de enorme vacío y sinsentido en multitud de personas.
Pareciera que esta podría ser una situación que carga únicamente a la gente mayor, pero no es así. Detrás del ruido incesante en que se suele asfixiar a los jóvenes, en no pocos de estos también ha entrado esta extraña sensación, la de no querer vivir. De ello es muestra no solo el alto índice de suicidios, sino su actitud frente a los temas más naturales de la vida, como tener pareja, tener hijos, trabajar, ayudar a los necesitados. Nada parece entusiasmarlos porque no se ven luces de esperanza ni de estabilidad por ninguna parte. Y las personas que están como en la mitad de la vida, a veces también se sienten agobiadas por un sistema de vida que no les da respiro, que les exige producir como máquinas para cualquier proyecto de vida y que no parece querer liberarlos ni por un instante. Ahora, las personas mayores tampoco escapan a la sensación de que vivir se convirtió en una verdadera proeza y que los tales años dorados de la vejez, están plagados de inconvenientes, de soledad, de terapias interminables y de una extraña sensación de ser piezas estáticas en un mundo frenético.
¿De qué o de quién estamos siendo víctimas? ¿De la ciencia, con sus promesas incumplidas de explicarlo todo? ¿De la tecnología que pasó de ser herramienta a ser tirana? ¿De lo político que resolvió hacer de cada ser humano una criatura despreciable? ¿De los medios de comunicación que pasaron de ser informadores a ser generadores de toda angustia y resentimiento? ¿De los tweeteros con su estupidez a flor de piel? ¿De las minorías? ¿De las mayorías? ¿De las instituciones regidas por consensos y no por ideales humanos y valores perennes?
Como quiera que sea, por algún lado se nos está yendo el espíritu vital, la vida ha perdido encanto, despertar es tragedia para miles de personas. Las religiones, por ejemplo, llamadas a comunicar sentido a la vida, tienen ante sí un reto formidable, pero no lo podrán aceptar si no vuelven a sus fuentes, a los manantiales de agua vida, si no se presentan como algo diferente a tanta basura que hoy le ofrecen a la humanidad.
Un propósito para el nuevo año podría ser reencontrarle el gusto a la vida, al vivir. A pesar de todo, feliz año 2019, porque la historia está siempre en las manos de Dios.