Este ocho de enero cumplimos cuatro años del último adiós al maestro Rodrigo Silva Ramos, cuatro largos años recordando su música, repasando y evocando la letra de sus canciones, disfrutando de su prosa e inspiración generadora de aliento, plasmada en esas bellas melodías que todo Colombia cantó y disfrutó, solo nos quedan sus recuerdos porque tras él se fueron las posibilidades de contar con nuevas páginas musicales que hicieran palpitar los corazones, suspirar por el terruño, los amores y las añosas amistades.
Pero se trata de evocar al hombre, al artista, al maestro, a la vez que recordamos el amigo, el camarada, ese que conocimos en la loca juventud y con el que compartimos dichas, alegrías, tristezas y hasta desengaños; esa agitada juventud que nos permitió relacionarnos e integrarnos en una amistad profunda, placentera y confidente por no decir cómplice, término despectivo para referir ese sentimiento de apego en las almas, superior a la hermandad que en ultimas nos unió. Imposible separar al maestro de sus sentimientos y amistades, tema de intenso valor para almas superiores que conduce a una afinidad inolvidable, difícil de reemplazar e imposible de igualar, donde sin proponérmelo jugaría un papel preponderante y egoísta, frente a tantas personas que lo respetaron, estimaron y seguramente lo valoraron en su arte y cordialidad más que yo, que cegado por esa personalidad arrolladora y acompañada de afecto, no aprecie su arte en el verdadero nivel de maestría, regalo del hado que lo lleno de aplausos, reconocimientos y brillo artístico, me declaro ausente de esa grandeza, pero reclamo mi lealtad con el ser privilegiado que colmó mi vida y entorno, de un talento poco común y muy especial.
No logro concentrarme en el hombre, como es el objetivo de estas líneas, en su naturaleza un tanto desabrochada e ingenua, con esas salidas coloquiales, inteligentes y precisas, propias de su raza y temperamento, apuntes venidos en tiempo y espacios precisos, sin apetitos diferentes al agrado social, nacidos de esa preocupación que a lo largo de su vida demostró por el bienestar de sus amigos, más importante para él, que el personal, - si mis amigos están bien, yo estoy mejor- repetía con frecuencia. Nunca le percibí anhelos de riqueza, no tenía tiempo para ello, fue más importante su arte e inspiración que el dinero; le era más atractivo agradar con su maestría el entorno social, ese que alegró generosa y dichosamente. Nunca supo recaudar, pero si supo dar. Nuestro maestro fue tan generoso en su persona y amistad que graduaba los prójimos como sus más allegados, sin ocuparse de procedencias, pasados o pecados, simplemente brindó su mano a quienes con él anhelaba disfrutar de esos retozos artísticos y bohemios que tanto amó y compartió sin egoísmos.