El nueve de marzo de 1687, en la entonces Bogotá y sus alrededores, a las diez de la noche se sintió un ruido misterioso de origen desconocido acompañado de intenso olor de azufre, con una duración aproximada de quince minutos que alarmó y más de trescientos treinta años después sigue sin explicación lo ocurrido; sin embargo, todavía la gente habla del tiempo del ruido.
Ahora vivimos en otra época de ruido, el de las armas en Ucrania, el del tráfico en las ciudades, el de huracanes y terremotos, el de barras de fútbol, el de manifestantes iracundos, el de sirenas, suena todo. Afecta el político, dirigentes, congresistas, funcionarios se contradicen con información sesgada.
Para tomar decisiones se necesita reflexión, difícil meditar en medio de la algarabía, los aduladores proliferan, levantan su voz para congraciarse con los poderosos y los críticos piensan más en detalles que en el acertado análisis de problemas, la comunidad sufre la acción de impostores, corruptos silenciosamente se infiltran, sacan ventaja de cualquier gabela.
Defender proyectos de leyes de reformas desde los balcones complica su discusión en el Congreso. Por fortuna las movilizaciones a favor y en contra han sido pacíficas. Las preguntas que formulamos son válidas: ¿Cuánto costarían? ¿Concuerdan con la regla fiscal? ¿Se consultó al ministro de Hacienda? Los ciudadanos requieren de explicaciones claras en referencia a ellas y no mediante mensajes sueltos. Inexacto que resulte bien modificar las instituciones con premura exponiéndose a declaratorias de inconstitucionalidad.
Legalizar a los narcotraficantes parte de dineros mal habidos convertiría al Estado en cómplice de la comisión del delito de tráfico de drogas, ninguna Carta Magna lo permite, repito con Winston Churchill: “No puedes razonar con un tigre cuando tienes la cabeza en su boca”, triste verse obligado a defender lo obvio.
Músicos y poetas en veces improvisan con éxito, los estadistas reflexionan, dejarse llevar por olas de emoción es exponerse al fracaso, con pésimas consecuencias. A los gobernantes les pedimos que revisen con lógica sus definiciones para evitar equivocaciones, así las intenciones sean buenas.
Colombia, desde sus orígenes, ha tenido vocación jurídica. La ética orienta el orden jurídico y moral de las naciones, confundir objetivos plausibles, como el de la descongestión carcelaria con eliminación de delitos y disminución de penas hay que valorarlo a plenitud, el fin no justifica los medios. Para los delincuentes las mejores rebajas serían las del código penal. El proyecto de ley de sometimiento de las bandas criminales, suponiendo que merced a tratamiento benévolo y menor castigo cesará su accionar, se opone a la recta administración de Justicia.
Luego de una particular concepción de la historia y la democracia, de atacar a las oligarquías, de criticar a los banqueros, de repetir propuestas de campaña, de resaltar el triunfo obtenido en las urnas, frase de Gustavo Petro desde el balcón: “Llego el momento de levantarse, el presidente de la República invita a su pueblo a levantarse, a no arrodillarse”. La consigna suena, pero el menú no es la comida.