El tórrido verano | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Febrero de 2024

La experiencia enseña que desembalsar muy rápido el agua conservada en las represas de las que se nutren las hidroeléctricas es muy peligroso. Y tanto más, cuando estamos frente a un Niño que puede prolongarse por varias semanas adicionales según indican pronósticos autorizados.

Los datos sobre disminución de los embalses empiezan a ser preocupantes: hace un año el nivel de estos llegaba al 71,35% de su capacidad. A la fecha en que se escribe este artículo apenas llega al 55,3%; y su disminución ha venido tomando rapidez inusitada durante las últimas semanas.

Algo similar viene sucediendo con los aportes hídricos: la televisión nos ha ilustrado en los últimos días sobre la reducción dramática en el caudal de los ríos (grandes, medianos y pequeños) comenzando por las noticias sobre el rio Magdalena y el Cauca que son alarmantes.

Si el verano severo que vivimos se llegara a prolongar digamos hasta marzo-abril, lo que hoy son voces de alerta se van a transformar en gritos de angustia.

Hay que comenzar a actuar desde ahora en muchos frentes. Y quizás el principal debe ser prender con decisión y de manera rotunda todo el parque térmico pues es la única manera de moderar la fuerza que lleva al desembalse vertiginoso en las represas del país.

Todo esto acompañado de una demanda por energía que en vez de moderarse está creciendo con fuerza. Alguna ayuda puede venir de la capacidad eólica y solar que se ha instalado, pero ésta es aún pequeña e intermitente.

El hecho de que se hayan apagado la mayoría de los incendios que hubo en la pasada quincena, y que hayan caído algunas aguas providenciales en estos últimos días son desde luego hechos favorables. Pero no hay que bajar la guardia. Si el fenómeno del Niño se prolonga hasta el segundo trimestre el año como no falta quienes lo vaticinan, las tribulaciones no solo en generación eléctrica sino en suministro de agua para la ciudadanía y para los animales apenas comienza.

Colombia tiene una ventaja pero que puede transformarse en alta vulnerabilidad ante una emergencia como la que estamos viviendo. La fortaleza es la de contar con un sólido sistema hidráulico que aporta más del 60% de la energía estable y limpia que consumimos. Pero esto también puede convertirse en una debilidad: si el estrés hídrico que estamos empezando a vivir se prolonga y profundiza en las semanas venideras los dolores de cabeza van a acentuarse.

Naturalmente prender el parque térmico a todo vapor tiene costos: los combustibles que utilizan estas plantas son costosos. Y muy probablemente repercutirán desfavorablemente en el cálculo de las tarifas para los usuarios.

El gobierno debe cuidarse, sin embargo, de no entrar en un desespero populismo consistente en fijar administrativamente precios irreales que destruyan la capacidad técnica y financiera de las generadoras en el futuro. Algunos proyectos de resolución que ha divulgado la Creg van desafortunadamente en esa dirección equivocada. Los controles de precios administrativos no generan de suyo ni más energía ni más agua: pero si pueden comprometer gravemente su suministro futuro.  

Pero todo esto hay que hacerlo a tiempo, antes de que los lechos de los ríos y de las represas se conviertan -como van las cosas- en barriales inservibles tanto para generar energía como para surtir los acueductos de muchos centros urbanos.

Los últimos datos que se han revelado dan cuenta de que ya, aún antes de que se prolongue el verano, se contabilizan a la fecha restricciones en más de 200 municipios para surtir adecuadamente de agua potable a la ciudadanía. Y las cosas podrían empeorar en las semanas que vienen.

El fenómeno no está golpeando solo a Colombia. Por todo el mundo se registra un estrés enorme en materia de agua. Toda Cataluña, por ejemplo, y muy especialmente su capital Barcelona, está viviendo una de las experiencias más duras de muchos años en indisponibilidad de volúmenes adecuados de agua. Ya han dado inicio allí a algo que debemos ir instrumentalizando también en Colombia: campañas pedagógicas y medidas administrativas severas para inducir un uso mucho más racional del recurso hídrico y del consumo de energía.