Los resultados de estas elecciones al Congreso de la República, como de las presidenciales que se avecinan, serán definitivos en nuestras vidas. Nos estaremos jugando, como país, la libertad, la empresa, la propiedad privada, el libre mercado y la integridad del Estado Social de Derecho.
Estaremos decidiendo si queremos recorrer el mismo camino de nuestros hermanos venezolanos o si seguiremos en la lucha trabajando por un país próspero, pujante y desarrollado. Es claro que todos estamos cansados de la política ineficiente, descarada y corrupta, pero, no obstante, la solución no puede ser saltar al abismo socialista bajo la falsa promesa de un supuesto cambio. Debemos seguir camellando, ¡pero eligiendo bien! En estos días la sociedad vio, el grotesco desarrollo del proceso electoral para Congreso y consultas presidenciales, en donde el billete, la publicidad desbordada y la escasez de ideas tendieron a primar. Vimos cómo personajes con antecedentes de violencia, corrupción y gente de malas andanzas posaron como adalides de la moral y, gracias a sus extensos cofres o bolsas de dinero (que por lo general son de dudosa procedencia), más o menos logran limpiarse la cara y convencer a uno que otro incauto en darles su voto o, aún peor, de volver a entregarles su voto.
Por eso el país debe votar a conciencia, ojalá por gente nueva y por partidos que han hecho campañas distintas: con austeridad, sin prebendas y de frente al electorado. Busquemos ideología, transparencia, coherencia y cero rabos de paja. Dejemos atrás aquellos que ya nos han demostrado tener precio cuando los vientos políticos cambian de dirección. Y sí, ¡hablo de esos! Esos que hoy posan de intransigentes ante la JEP, los cultivos de coca y los adefesios del Acuerdo de Paz, pero que fueron, en su momento, los cómplices y artífices de instaurar lo pactado desconociendo el plebiscito.
Dejemos atrás a esos politicastros y manzanillos como: Laureano Acuña, Mario Castaño, Aida Merlano (y parejos), Roy Barreras, Armando Benedetti, Ñoño Elías y a los clanes de siempre como los Aguilar o los García, en fin. Regalémosle a Colombia un nuevo Congreso con gente apegada a sus valores y principios. ¡Gente buena! Que no venda su ideología dada la coyuntura, que no se tuerza por un puesto o un contrato y, eso sí, que luche por un mejor futuro.
Es la hora de la verdad, una hora oscura en la que a los colombianos se nos exige tener carácter y responsabilidad. ¡Cumplamos con el deber histórico para con nuestra patria! ¡Protejamos a las futuras generaciones! Por eso este 13 de marzo y el 29 de mayo debemos elegir a dignos líderes y representantes que guíen la República hacia un mejor mañana.