Elisión | El Nuevo Siglo
Martes, 10 de Diciembre de 2019

Varios sectores están diciéndole al Presidente que solicite una licencia, o que dimita.

Siempre es doloroso y traumático que se le pida la renuncia a una persona inteligente y que se ha esmerado por hacer bien su trabajo a lo largo de la vida.

Pero en muchas ocasiones, quienes más anhelan que alguien se vaya son las mismas personas que le rodean (como en la última cena).

En pocas palabras, debe ser muy frustrante tanto para él como para los ministros entre sí, descubrir que durante mucho tiempo estuvieron durmiendo con el enemigo.

De hecho, la envidia suele ser el factor más influyente, el verdadero detonante de este tipo de complots y conspiraciones.

Generalmente, el instigador, el determinador, se vale de una coyuntura mediáticamente llamativa (verbigracia, el paro nacional) para iniciar el acoso, el envite ponzoñoso.

Ante la protesta generalizada es natural que el Presidente se haya hecho vulnerable, así que los detractores encuentran el momento perfecto para lanzar su ofensiva.

Ofensiva que requiere de socios igualmente intoxicados por la envidia y el odio acumulado, con lo cual, muy pronto se forma una liga de conspiradores animados por asestar el golpe demoledor sin ninguna consideración ni respeto.

O sea, que a medida que el Presidente es injuriado en medio del asedio, la red depredadora siembra más y más dudas sobre su integridad moral, o su desempeño, llegando, incluso, a caricaturizarlo.

Como si fuera poco, personajes que no están directamente involucrados en la celada y en los que él confiaba plenamente, le dejan solo y deciden marginarse para no comprometerse, para no verse salpicados por el escándalo y, en vez de auxiliarlo, se ocultan, se camuflan y evaden el costo que supone respaldarlo.

 

Más aún, ellos, los traidores, terminan percibiendo que les resulta muy rentable secundar a los verdugos y se convierten en validadores del ataque abandonando a la víctima a su suerte y condenándola sin rubor alguno, casi solazándose con la suerte del que alguna vez fuera su copartidario y amigo.

En tal sentido, son ellos los que, pérfidamente, y más temprano que tarde, terminarán diciéndole en voz baja (‘en confianza’) al mandatario que la situación se ha tornado insostenible, que la andanada es incontenible, que así le será imposible gobernar, que en tales condiciones no podrá mantenerse en el cargo y que lo más prudente, hasta por su propio bien, es dimitir.

En resumen, los enemigos declarados y los encubiertos, así como los amigos que en realidad son traidores, terminan coligándose y por activa o por pasiva, por acción u omisión, terminan recomendándole al presidente que se vaya.

Que acepte irse suavemente y sin alharaca al ostracismo, al destierro, aunque dejando las puertas abiertas porque nunca se sabe, por si alguna posibilidad de resarcimiento o rehabilitación cupiese.

Y que ojalá no vuelva, para evitarse así la incomodidad, la carga moral de verse en presencia de la víctima de toda esa violencia sacrificial, de la difamación y la ignominia.

Pero si, llegado el caso, el Presidente lograse mantenerse en el poder, lo importante es que el daño ya estaría causado; su integridad y honorabilidad habrían quedado en entredicho y sería muy difícil olvidar en el futuro que, al unísono, varias decenas de encabritados le bulearon, le escarnecieron y le pidieron la renuncia.