La frase está en el primer capítulo del Evangelio de San Juan. Y luego se añade: “sin ella nada se hizo de cuanto existe”. Ninguna expresión puede ser más vigente hoy en día que esta: sin la palabra nade se hace, con ella hasta se puede revolucionar el mundo, el país, la familia, la sociedad, todo. En el principio no existía el telégrafo, ni el teléfono, mucho menos el fax. Tampoco las redes sociales. Pero la palabra, primero la de Dios y luego la humana, aletean sobre el mundo desde tiempos que se pierden en la historia del universo. Cuando la palabra no existía, reinaba el silencio, lleno de misterio y a punto de explotar… en mil palabras. Hoy más que nunca la palabra se ha convertido en el instrumento y, por desgracia, también en el arma más letal de la humanidad. A nadie le preocupa mucho en esta época la energía nuclear, pero sí la fuerza que hay en el verbo, especialmente cuando no tiene control racional. Es como la energía nuclear en manos de un chiflado.
El poder visible que hoy en día se le ha dado de nuevo a la palabra nos hace pensar que es hora de reflexionar acerca de sus contenidos, de sus alcances y consecuencias. Y, también, de la responsabilidad que le cabe a cada persona cada vez que dice o escribe algo. Incluso en privado, como a los embajadores lengüisueltos. En los términos del Evangelio, la responsabilidad equivale a tener o no la autoridad para lanzar la primera piedra -la palabra- en cada circunstancia de la vida. Si el usuario del verbo tiene una vida en consonancia con sus palabras y tiene cómo respaldarla sin causar mal a nadie, no debe temer pronunciar ningún vocablo. Por el contrario, si es un lanzador taimado de palabras que destruyen y por las cuales no responde, tarde o temprano pagará el precio debido. Pero nadie debe llegar a pensar que puede decir lo que quiera y que hasta allí llega su responsabilidad. La palabra es espada cortante de doble filo, penetra las entrañas, afirma la Escritura sagrada.
Por lo visto, las viejas épocas en que se censuraban palabras, libros, escritos, alguna razón tenían. Podrían causar mal. Ahora que todo el mundo padece los males de una palabra usada sin límites ni escrúpulos y en lo cual están ocupadas miles de persona, y no solo tal cual político mal perdedor, quizás sea el momento de ponerle freno a la lengua, sobre todo si no está precedida del noble ejercicio del pensamiento sesudo y analítico. Aunque sabemos que algunos, a propósito, pronuncian deliberadamente palabras sin pensar para originar consecuencias impredecibles. Pero todos estamos untados. Hablamos demasiado y ahora estamos ahogados en nuestra verborrea imparable. Pero tampoco es hora de callar. Es más bien, aunque suene un poco iluso, hora de hacer este itinerario: pensar, hablar, actuar. Punto de encuentro: el bien común.