El pasado jueves, 8 de junio, falleció en Managua, a sus ochenta y cuatro años el ex canciller de Nicaragua, Miguel D’Escoto, sacerdote católico, teólogo de la Liberación y político, quien fue suspendido de su ministerio al inicio de la visita realizada por el Papa Juan Pablo II, el 13 de marzo de 1983, con cuatro clérigos más, por su participación como militante del Frente Sandinista y en rechazo por el desempeño del alto cargo, designado por la Junta de Reconstrucción Nacional, a pesar de haber obtenido permiso de su comunidad para aceptarlo. Durante treinta años no pudo celebrar misa ni oficiar. El cardenal Ratzinger, ahora Papa Emérito Benedicto XVI, había recomendado se adoptara la decisión y la mantuvo durante su pontificado.
Había nacido en Los Ángeles, California, en 1933, cuando su padre desempeñaba un cargo diplomático y fue su padrino de bautizo el dictador Anastasio Somoza García, lo cual no le impidió situarse al lado del movimiento armado en contra del régimen que consiguió la caída del presidente Anastasio Somoza Debayle, “Tachito,” en julio de 1979. A Roma no le gustaban sus sermones sobre la apertura de la Iglesia a un gran cambio de carácter social, consideraba marxista la interpretación de la Biblia por clérigos latinoamericanos, peligrosa la aparición de comunidades eclesiásticas de base, la deformación de conceptos del concilio Vaticano II y preocupante lo expresado por la conferencia de Medellín de 1968 al señalar que el Evangelio “exige la opción preferencial por los pobres.” Censuraba que en Nicaragua un grupo de curas respaldaran al sandinismo.
No obstante D’Escoto durante diez años desempeñó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, estuvo de acuerdo con el proceso de Contadora a la búsqueda de la paz en Centroamérica, -eso lo deber recordar bien el ex presidente Belisario Betancur-, hasta la derrota electoral sandinista y el triunfo de Violeta Chamorro, en 1990. Al recuperar el poder en 1997 el partido de Daniel Ortega, volvió a vincularse al campo diplomático e inclusive ocupó el cargo de presidente de la Asamblea de Naciones Unidas en el 2008.
No estuve de acuerdo con su respaldo a la decisión unilateral de Nicaragua de 1980 de declarar “nulo e inválido” el Tratado Esguerra Bárcenas con Colombia y así lo expresé claramente, pero reconozco que era un hombre convencido de sus ideas, defensor de los sectores populares, buen contradictor. El Papa Francisco, en el 2014, derogó la sanción impuesta por su antecesor Juan Pablo II y recuerdo el impacto cuando celebró nuevamente misa. Llega la noticia de su muerte que no debe pasar desapercibida.