Nada tan ajeno al hombre del común como una cárcel. Sin embargo, solo en Bogotá, en esos lugares pueden vivir hoy más de 20.000 personas. Enfaticemos: ¡personas! Allí, además de todo lo difícil que sucede, hay una acción muy bella de la Iglesia católica y de otras confesiones religiosas. Es una tarea de cercanía, acompañamiento, auxilio espiritual y en ocasiones material, escucha. Se amplía a través de acciones con las familias de quienes están privados de la libertad, orientando, acogiendo, hospedando, orando. Y el trabajo pastoral se hace también con la guardia penitenciaria que, en cierto modo, también vive enclaustrada para cumplir su tarea.
En el mundo carcelario quizás no hay ninguna persona que no necesite un apoyo humano, espiritual, físico, material y hasta económico. Los hombres y las mujeres que están dentro de ese ámbito están sometidos a una forma de vida que golpea diariamente toda su condición humana y no sería cristiano olvidarse de ellos.
Algunas personas no ven en las prisiones más que a unos seres que deben estar allí pagando sus penas y punto. Otros pensamos que, sin que deje de funcionar la justicia, es importante, en la medida de las posibilidades, hacer menos dura esa situación de la vida. Allí caben todo tipo de acciones, desde las más sencillas hasta algo más complejo. Pronto se hará en Bogotá una campaña pastoral para llevar un paquete de aseo a todos los reclusos. Es un signo sencillo de cercanía e interés por ellos. El movimiento espiritual llamado Emaús los visita regularmente, les organiza retiros espirituales, les hace acompañamiento a sus familias, consigue algunos recursos para casos de extrema necesidad. Hay quienes se han empeñado en dotar las bibliotecas de las cárceles y ya se han logrado aportes importantes. Ropa, medicinas, asistencia jurídica gratuita por parte de algunas universidades, tiempos de escucha, etc, son algunas de las actividades para hacer menos dura una situación que no se le desea a ninguna persona.
Por el desorden en que viven nuestra nación y el desgobierno en muchos niveles, lugares y ambientes, los ciudadanos pueden tender a volverse duros de corazón, propensos a linchar, incluso desde las columnas de opinión y hasta dados a fomentar las venganzas. El Evangelio enseña a hacer presencia en el mundo de las necesidades para tratar de curar, aliviar, consolar, es decir, para asumir la parte más ardua de la tarea. Y desde el Evangelio también cabe la reflexión o la pregunta acerca del porqué hay tanta gente en prisión, qué hace que tantos ciudadanos transgredan la ley, qué los lleva a colocarse en situación de perder la libertad, quizás el don más importante de la existencia, después de la vida misma. Cualquiera que sean las respuestas, en las prisiones viven personas y donde estén hombres y mujeres algo de bueno hay por hacer allí y algo se puede lograr con el bálsamo suave de la misericordia. Y no concluyamos sin nuestra voz de admiración por todos los que están ofreciendo un servicio pastoral en estas instituciones, bien sean sacerdotes, religiosas, laicos, voluntarios. Nos llevan ventaja en el camino al Reino de Dios.