ERNESTO RODRIGUEZ MEDINA | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Agosto de 2011

¿Por qué lo mataron?


“Alucinante recorrido por un laberinto de fallidas investigaciones”


EN  un ardiente verano neoyorquino, allá por los ochenta, el entonces embajador Álvaro Gómez nos hacía una confidencia autobiográfica. “La mitad de mi cerebro es mi hermano Enrique y también es la mitad de mi corazón”. Era una hermosa confesión de afinidad filial, de la que nos acordábamos estos días leyendo el libro de este último sobre el asesinato vil del primero.
Se trata de un valioso, a la vez que valeroso, empeño editorial encaminado a no dejar en la impunidad el magnicidio. Es un alucinante recorrido por un laberinto de fallidas e incongruentes investigaciones.


Recordando a Huxley -para quien los hechos no dejan de existir por el hecho de ser ignorados- el narrador, con la agudeza y la precisión de un cirujano y la lógica de un criminalista, va proyectando los acontecimientos y testimonios demostrando a sus lectores, más allá de toda duda razonable, que “ha existido un patrón sistemático por parte de la mafia colombiana, respecto de sus actos de corrupción del poder público y el homicidio de Álvaro está regido y sometido a ese patrón”. Con donosa prosa, arquitectura de guión de suspenso y agilidad de thriller cinematográfico, Gómez Hurtado establece con meridiana claridad que el alevoso asesinato de su inolvidable hermano, en la cúspide de su esplendorosa carrera, fue un verdadero “Crimen de Estado”.


De la mano fraterna de Enrique el lector arma un alucinante rompecabezas y diestramente recorre el laberinto de situaciones absurdas que han constituido el escenario del crimen. ¿Quién investiga al investigador? Se pregunta descorazonado el autor y afirma que “La intención de encubrimiento y desviación como elemento de conspiración se ha perdido en el tiempo”. Y como un catálogo de aberraciones, más que de errores, enumera el sinfín de casos de intimidación y eliminación de testigos, manipulación de expedientes, realización de atentados terroristas, ocultamiento y destrucción de pruebas y de evidencias, preclusión de investigaciones y sobre todo atonía de una Fiscalía General que en quince años no ha querido, más que sabido, apoyar a sus funcionarios investigadores.


En resumen: se trata de un extraordinario documento de la jerarquía del que escribió, de forma maestra, Emilio Zolá: Yo acuso y que cambió el curso del proceso Dreyfus. Ante las nuevas evidencias es de esperar que la señora Fiscal haga lo propio.
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