Definitivamente la delincuencia ha llegado a niveles insospechados y la ciudadanía en general pide, a gritos, respuestas prontas y eficientes.
No han faltado expertos en seguridad con teorías de diferente calibre y orientación, pero todos convergen en el concepto que el problema más que explosión delincuencial, es de carácter social y recomiendan medidas que generen soluciones con recursos económicos y resocializadores, a más de programas encaminados a la solución de vivienda para grandes comunidades migrantes a las capitales por diferentes causas.
Además, sostienen nuestros expertos, que el problema esta sobre diagnosticado y solo falta una decisión política, con respaldo económico, que permita atender las causas generadoras de esta situación.
Seguramente muchos tienen sobrada razón, pero la urgencia es tal, que programas a largo plazo no son bien recibidos en las comunidades; ellos piden soluciones y medidas que les devuelvan la tranquilidad en el término de la distancia, para saberse protegidos por la ley y la fuerza pública que es, en últimas, el recurso que mas calma genera en las comunidades.
A la altura de los años noventa se concluyó por parte de las autoridades y la Policía Nacional, que la mejor manera de enfrentar la delincuencia era contar con la presencia de las comunidades, logrando un tejido social entre el ciudadano y el servidor público, llámese agente de policía, hoy patrullero, y sumándole la presencia de representantes de las administraciones locales. Esta estrategia logró motivar la ciudadanía e impulsarla a favor de su propia seguridad, permitiendo a las autoridades conocer sus necesidades, inquietudes, temores y angustias.
Nacieron los frentes de seguridad, floreció la sociabilidad en los barrios, edificios, conjuntos cerrados, el comercio, industria y un sin fin de ámbitos, donde se acordaron tácticas, dando paso al árbol telefónico como medio de comunicación y las alarmas comunitarias para convocar, alertar o prevenir. Todo este andamiaje y recursos con comunidades motivadas y comprometidas, dieron grandes resultados, al punto de lograr sector totalmente protegidos y asegurados sin necesidad de armas. L sola presencia comunitaria disuadía al delincuente.
No obstante tener contradictores, se entiende que es necesario retomar este programa, descalificarlo sería una torpeza, y etiquetarlo sin conocer su esencia y filosofía, como grupo violento una insensatez.
Pero de cara al futuro urge contar además de los frentes, con las escuelas de seguridad, porque no se le puede pedir al ciudadano que ejecute lo que no sabe. Apremia darle vida a ese componente, donde se capacita al vecino para mirar viendo, describir anatómicamente una persona, identificar una amenaza, saber comunicarse con las autoridades, conocer su entorno y vecinos. Estos talleres se pueden dictar en estaciones de policía o salones comunales y sus instructores provienen de las misma administraciones e instituciones de la fuerza pública. Solo falta voluntad política.