España: ¿Desintegración o reintegración? | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Septiembre de 2017

España es el producto de siglos de evolución que marcan y forman su carácter. Todos sabemos que ha sido grande en cuanto se comprometió con los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, después de la guerra de liberación, nada menos que en evangelizar y trasladar parte de su población al nuevo mundo. Esa decisión marca el esfuerzo civilizador español por siempre. Cuando las sucesivas generaciones pierden ese sentido de grandeza y de tener un gran compromiso en lo universal, viene los largos siglos de decadencia, atrás quedan los días en los cuales Carlos V y Felipe II, se ocupaban de la real política mundial en disputa con las grandes potencias. El último gran español que se movió en la historia con vocación de destino es el criollo español Simón Bolívar, con alma de Quijote, cuyas hazañas se comparan con las  los grandes hombres de la antigüedad. Tras apagarse la vida del Libertador, Hispanoamérica y España se hunden en la política menuda y parroquial,  surge el partidismo.

Ambos mundos entraron en decadencia en el siglo XIX, azotados por guerras civiles sangrientas y en ocasiones absurdas.  El Libertador intenta unir el pueblo americanos en el Congreso Anfictiónico de Panamá, sin que los problemas domésticos le permitan acudir al histórico evento, por lo que apenas sus representantes Pedro Gual y José María Pando, intentan con contradicciones mutuas esbozar sus ideas y pactar algunos acuerdos unitarios de conjunto, que no se ponen en práctica ni siquiera hoy.

España, a su vez, queda reducida a unas pocas colonias, con una economía que no puede aspirar al predominio, sumida es la pobreza. Es la decadencia.

Pese a lo anterior algunos españoles han tenido vocación de grandeza y de luchar  por una España grande, que por las falencias económicas no consigue despegar. Después de la guerra civil vino la dictadura y el intento de mantener en el puño del gobernante la unidad nacional. Al morir en la cama, eliminado su sucesor, vino la transición democrática. Es de reconocer que Suárez y el resto de políticos, incluido Manuel Fraga Iribarne, consiguen pactar con sabiduría la transición en paz, así como llegar a la Carta de 1978, que extrema la protección al regionalismo, en tanto se debilita el Ejecutivo, sin ocuparse de reeducar al pueblo español y en especial a los catalanes. El tiempo histórico en el cual vive Cataluña, se corresponde a épocas pretéritas, en las cuales cometió el error de apoyar a Francia en guerra con España, razón por la cual el famoso marino Blas de Lezo, debió bombardear sus puertos y poner orden.

Hoy, audaces politiqueros catalanes se valen del sistema parlamentario y de las debilidades de la Constitución para intentar el separatismo a sabiendas que no cuentan con la mayoría de votos para ganar un referéndum en Cataluña. Por lo que se deciden a violar la ley, romper las reglas de juego e intentar mediante hechos cumplidos en el Parlament local, que las leyes espurias tengan corta vigencia, en tanto el gobierno central las impugna en la Corte Constitucional.

El gobierno de Cataluña se convierte de madrugada en una banda de golpistas irresponsables, que viola la Constitución española e intenta cercenar el país, a sabiendas que la unidad de España es un asunto que compete a todos los españoles y no solamente a un grupo de aventureros, que ni siquiera fueron capaces de investigar a tiempo el atentado de ISIS en Barcelona, cuando los Estados Unidos les habían dado un informe policial de alerta.

En un sistema presidencial como el que tuvimos en Colombia con la Carta de 1886, mediante la figura del Estado de Sitio, se habrían abortado en su nacimiento el intento separatista. No así en España donde el sistema parlamentario nacional y local deja enormes fisuras que suelen aprovechar los enemigos de la unidad nacional.

Pese a esa política de enanos que no comparten todos los catalanes, España sigue siendo España y va luchar por su unidad con todas sus fuerzas, en principio agotando todos los resortes jurídicos que le competen al gobierno de Mariano Rajoy, quien denuncia la aberración de las autoridades catalanas y sostiene que no habrá comicios secesionistas, y con premura la Corte Constitucional sentencia contra los sediciosos. El Fiscal General de España interviene y ordena medidas para impedir el estropicio y la farsa electoral separatista. El Gobierno puede recurrir al artículo 155 de la Constitución, que establece que “si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan”  podrá intervenir.

Está bien que se defienda la democracia sin caer en los delirios mezquinos y suicidas del gobierno Catalán.