La cultura dominante en occidente alberga una sociedad denominada por varios autores como “líquida y nihilista”, la cual, entre otros aspectos, se caracteriza por tener una brújula desvinculada de su campo magnético en lo atinente a la sexualidad humana: debates interminables sobre el aborto, tasas de divorcio crecientes y de fecundidad decrecientes, frecuentes denuncias sobre acoso sexual, ideología de género etc etc. Sin ir más lejos, no es sino dar una mirada a noticias de la última semana sobre hechos de promiscuidad sexual.
En EE. UU son publicadas las listas de famosos invitados por Jeffrey Epstein a sendas “fiestas”. Epstein, fue un delincuente sexual condenado en 2008 por tentar a la prostitución a menores de edad y poco después por haber liderado una red de tráfico de menores y pederastia. Siete personas, incluyendo un ciudadano alemán, fueron capturadas por agentes de la fiscalía general y la Dijín por formar parte de una red de explotación sexual que delinquía en Cartagena. Las víctimas eran sometidas a tener relaciones sexuales con “clientes” colombianos y extranjeros a quienes les ofrecían paquetes turísticos de sexo y droga. El gobernador de Bolívar le tuvo que pedir la renuncia inmediata a su recién nombrado secretario de Hacienda, Iván Borrero, por hechos de promiscuidad sexual- que algunos llamarán de “poliamor”- ocurridos en el Country Club de Barranquilla.
Ahora bien, gran parte de las raíces culturales de la pérdida de dirección de la sexualidad humana provienen de la revolución sexual del siglo XX, inspirada en Freud y Nietzsche y alimentada por la ideología de Simone de Beauvoir. Fueron sus principales escritos los subyacentes al levantamiento estudiantil de mayo del 68 en la Universidad de Paris, cuyo detonante fue un debate sobre el acceso de los varones a los dormitorios de las mujeres. Dos de sus lemas más expandidos fueron “prohibido prohibir” y “haz el amor y no la guerra”. Fue ese mismo levantamiento el que incentivó la fórmula para evadir el vacío interior mediante el uso y el abuso de la marihuana y la “libertad sexual”. Sus líderes como Cohn-Bendit eran parte de una joven generación mimada por la vida y por sus padres en dos de los países más prósperos del planeta: Francia y EE.UU. Fueron jóvenes sin anclaje ni para el compromiso social ni para el temple moral pues el hedonismo materialista se convirtió en su norte de vida.
En su libro “Breve Historia de Occidente” escribe José Ramón Ayllón: “La disociación entre sexualidad y procreación (mediante el invento de la píldora anticonceptiva) produjo quizá la transformación social más importante de Occidente en el siglo XX. Se trataba de una revolución inédita en la Historia, que no solo equiparaba homosexualidad y heterosexualidad. Gandhi, uno de los grandes referentes morales del siglo XX, intuyó sus consecuencias: ‘Es probable que el amplio uso de esos métodos lleve a la disolución del vínculo matrimonial y al amor libre. Es ingenuo creer que el uso de anticonceptivos se limitará solamente a regular la descendencia. Sólo hay esperanza de una vida decente mientras el acto sexual esté claramente abierto a la transmisión de la vida’”.
Más aún, en 1968 el papa Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae pronosticó varias de las consecuencias para la salud social que estamos viendo hoy: - multiplicación de divorcios y abortos, - camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal, - jóvenes especialmente vulnerables a la inmoralidad sexual, - el varón perderá el respeto a la mujer, hasta verla como un simple instrumento de placer egoísta, - la anticoncepción podría ser peligrosa en manos de autoridades públicas.
En fin, la historia no está cerrada y aún podemos aplicar correctivos a la deriva equivocada de la sexualidad en nuestra civilización. Afortunadamente en varios países han venido surgiendo movimientos socio-educativos que promueven la sana sexualidad humana.