Ardió la gran catedral. Sin compasión las llamas deshicieron su techo y toda su parte superior. Solo quedó piedra sobre piedra. La casa del Santísima Sacramento se convirtió en una antorcha en medio de la gran París, como queriendo recordar que solo Él es eterno y Él es la luz verdadera que alumbra a todo hombre. A propósito de esto: lo más importante dentro de Notre Dame no era ni la madera ni el arte allí expuesto. Era la presencia del Santísimo Sacramento, Cristo en la eucaristía, depositado en el tabernáculo, presencia permanente de Dios entre los hombres. Seguramente fue trasladado a otro lugar digno y seguro por el sacerdote de turno. Pero el gran edificio, con su apariencia potente y de invencibilidad, fue derrotado en parte por ese elemento incontenible de la naturaleza: el fuego. Pero Dios sigue intacto.
Muchas interpretaciones se pueden hacer de un hecho tan triste como el incendio de Notre Dame. Pero tal vez sea mejor reflexionar, en lugar de crear adivinanzas traídas de los cabellos. Reflexiono, por ejemplo, en que solo Dios es eterno. Todo lo demás, sin excepción alguna, tiene comienzo y fin. Comienza y termina la vida humana. Se gestan y desaparecen los proyectos de los hombres. Se producen ideas y con el tiempo se hacen inválidas. Nace un día y a las pocas horas muere. Nacen estrellas, se apagan estrellas. Recibimos misiones en la vida, pero también se terminan, a las buenas o a las malas. En fin, se diría que todo lo que no es Dios lleva dentro de sí el germen de su propio fin. Esto no debe ser causa para dramatizar, sino más bien razón para vivir hondamente ese instante de vida que nos regala el mismo Dios y que, aún en su pequeñez y humildad, puede generar mucha luz y alegría.
Es posible que una de las causas más comunes de los errores humanos esté precisamente en creerse eternos. Esto los lleva a tener pretensiones desmedidas, a no calcular bien el efecto de sus decisiones y sus acciones. Se crea con frecuencia un sentido de fortaleza eterna que no es verdadero. Se pierde de vista que la debilidad acecha como león hambriento y que tarde o temprano se interpondrá en el camino.
Hoy en día un mal entendido espíritu científico puede exponer a las personas a falsas ilusiones que hacen perder el sentido de realidad. Pero, no obstante todo, felices de que la eternidad sea solo don de Dios, el impulso vital puede ser orientado hacia esa fuente inagotable que se da en el Creador de manera que nos asuma para siempre dentro de sí.
En un día como hoy unas mujeres fueron a llevar aromas a un sepulcro cerca de Jerusalén y unos seres vestidos de blanco resplandeciente les dijeron: no busquen entre los muertos al que está vivo. Ha resucitado. Añadimos: y ya no muere más. Muere todo lo demás, incluso arden las catedrales, caen las torres de Babel. Dios permanece para siempre y eso basta.