Una universidad es en relación con un país lo mismo que el cerebro en relación con el cuerpo humano. Su parte más luminosa y trascendental. En la planta directiva siempre se hallan sus figuras más representativas en el campo de la moral y de la ciencia. Son muchas las definiciones de la universidad. Que es una acumulación de saberes. Que es el recinto donde se hace ciencia y se transmite ciencia.
Hasta hace pocos años la universidad se había convertido en un bastión de las clases dominantes. Acceder a ellas era un imposible moral y físico. Y lo que más molestaba, no era su espíritu elitista, sino su voluntad férrea de educar, para mantener en forma vitalicia, los grandes privilegios de los poderosos. Por eso, Julio César García con la Gran Colombia -la dirige con acierto Santiago Castro- y Jorge Enrique Molina entre otros, al fundar la Universidad Central conducida por Rafael Santos Calderón en este momento, demostraron que, en cualquier democracia, el derecho más trascendental e insustituible es la educación, no solo en los niveles primarios, sino, sobre todo, en las esferas de más alta jerarquía en lo moral y científico.
Y desde ya, hay que destacar que estas y otras pocas universidades, son las únicas, que tienen unos precios por semestre absolutamente razonables y aceptables para las clases populares. Cuantas universidades caminan por las nubes, con la leyenda inconsistente de que su calidad es excepcional. Si esto último fuera cierto, ¿cómo se explica que las Altas Cortes, los más elevados estadios están en su “mayoría” bajo el dominio de egresados de nuestras universidades populares?
Pasando a otro aspecto, han sorprendido positivamente las hermosas instalaciones que acaba de inaugurar Rafael Santos Calderón para ensanchar con brillo admirable a la Universidad Central. Esto merece comentario especial, pues a pesar de costos muy moderados para los alumnos y no obstante ser una universidad muy joven y manteniendo su alto nivel humanístico, logre semejantes construcciones casi superiores a las de las mejores universidades del país. La única respuesta válida es la administración transparente y la voluntad indomable de progresar por encima de todo. Otros institutos universitarios, de todas las escalas, convierten las finanzas en piñatas de los familiares de los fundadores, o de los que monopolizan el control en todos los sentidos. Increíble pero cierto. Conocemos sueldos en universidades de diverso tamaño y a veces los salarios son desproporcionados e irritantes.
Un rector que gana $45 millones me decía que este salario se explica por sus grandes aciertos. No señor. La educación es un servicio, no un negocio. La docencia sacerdotal exige mística, abnegación, desprendimiento la educación es sagrada. Trabaja con lo más hermoso de una nación. Sus juventudes, que son el mañana de una nación. Los salarios exorbitantes se podrían justificar en el ambiente fenicio y sórdido en que lo esencial es la “riqueza por la riqueza misma”. Es esta falta de solidaridad lo que horroriza y conduce al fracaso a los pueblos.