Extrañas costumbres tropicales (1) | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Noviembre de 2019

En los países desarrollados, difícilmente, alguien irrespeta una fila para entrar a algún sitio o llega tarde a una cita –nos sorprende ver que los japoneses, cuando van a los estadios a ver algún evento, al salir recogen la basura que hubieran podido dejar– se trata de civismo, de respeto por los demás, de las sagradas costumbres sociales.

Entienden que los hábitos, operativos, positivos son indispensables para el bien propio, la vida en comunidad y la supervivencia de la especie humana. Saben que el éxito de todo profesional, de cualquier disciplina, depende de estos hábitos: sin excepción. Ahora, los hábitos, operativos, positivos son las virtudes humanas, por consiguiente, descalificarlas por alguna ideología -creyendo que estas tienen origen religioso- es un exabrupto suicida para la humanidad, fruto de la ignorancia o de prejuicios, acolitado por las autoridades oficiales. Olvidan que Aristóteles, Platón y otros las enseñaron 300 años antes de Cristo. Con argumentos contundentes y eternos.

Quiero mencionar algunas virtudes que confirman lo anterior, pero recordando, antes, que las virtudes son destrezas, hábitos positivos adquiridos con la repetición y esfuerzo, hasta incorporarlas a cada actividad humana: 

La alegría es la virtud de quienes se saben un espíritu en el tiempo -de dónde vienen y para donde van- de manera que lo que hacen tenga el sentido de trascendencia: los fracasos, las incomprensiones, las frustraciones, la vejez, los éxitos temporales, el placer por el placer…

El estudio, la investigación, son las virtudes que llevan al desarrollo cultural y científico de las personas, de manera que todos aporten novedades, competitivas, que generen valor agregado a los recursos naturales regionales…

La solidaridad: es la virtud social. Sabernos miembros de una comunidad, compuesta de innumerables personas con múltiples habilidades, sin las cuales la vida en sociedad sería un imposible: plomeros, electricistas, barrenderos, policías, educadores, empresarios; con el mismo derecho vivir cómodamente, con ingresos justos, educación superior y salud de punta… Y la subsidiaridad igual: parte de reconocer que es igualmente injusto dar trato a desigual a iguales que dar trato igual a los más necesitados, esta es la razón de una democracia: el bien común. Estas virtudes son el resultado de la justicia: dar a cada cual lo que le corresponde, en calidad de iguales en dignidad…    

Así mismo, la congruencia y soñar son las virtudes de los ganadores: porque saben para donde van y allá llegan. Saben de lo que son capaces sin distraerse con lo ligero, lo fácil, lo mediocre, lo placentero. Y, si quieren ser felices, buscan el bien para todos y viven para los demás -cuidándose de la soberbia y al egoísmo- sirviendo a Dios y a los demás; valorando la austeridad, pensando en grande, dejando huella...

La libertad, vista como el señorío sobre los instintos desordenados -deseos y placeres que no buscan el bien personal- es la madre de las virtudes (los campeones -de alto rendimiento- que repiten y repiten un movimiento hasta que opere mecánicamente, sin quejarse del dolor y sacrificio diario) dominando los instintos desordenados, previendo las consecuencias positivas y negativas de los proyectos y las acciones. Es ordenar la vida en procura de ser más…