Extrañas costumbres tropicales (2) | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Diciembre de 2019

Quien se hubiera imaginado que estamos en la era de la “post-verdad, hace poco, en mis clases hablaba de la era del ego-eros como un mundo centrado en los instintos y el egoísmo, pero jamás pensé que llegaríamos a negar que las cosas son lo que son, cuando la historia nos ha mostrado, hasta la saciedad, que la  realidad nos pide reconocer que la razón busca la verdad: para no ir muy lejos basta mencionar las dos guerras mundiales o los millones de niños en el mundo muriéndose de hambre o las incontables esclavas sexuales, por la falta de prudencia... Esto me lleva a añorar los hábitos, operativos, positivos -las virtudes- que hoy están siendo vistos como contrarios a la post-verdad” de moda. Matando la gallina de los huevos de oro: la prudencia. Habían acabado con la prudencia.

Entendiendo la prudencia como mesura con la cual hacemos y decimos las cosas, mesura que nos permite tener en cuenta las consecuencias, positivas o negativas, que se derivan de lo que hago o digo. Siendo que la prudencia es la actitud, la virtud, que me permite evitar riesgos innecesarios porque puedo prevenir las consecuencias, positivas o negativas, que estas puedan significar o tener.    

Cuando obramos en respuesta a nuestra voluntad, procurando ser auténticos, decimos o hacemos las cosas como las sentimos, diferenciándolas, discerniendo, como acostumbramos. Con espontaneidad, en respuesta a los instintos, sin ponderar las consecuencias de su actuar, o con autenticidad en respuesta a la razón, acudiendo a la prudencia. El primer caso responde a lo que se siente, el segundo responde prudentemente: en el entendido que la prudencia ayuda a reconocer el deber ser: de esta manera diferenciamos, discernimos, las razones para obrar o decir. Claramente el riesgo de la espontaneidad para la sociedad es enorme. Mientras que la autenticidad implica el manejo de la razón prudentemente.

Resulta que la prudencia lleva a buscar el bien, la verdad, ser más… y esto nos lleva a reconocer el sentido de la vida: el Amor: el desprendimiento de mi yo, en procura de la realización plena del ser amado, de los demás. Esta es la fórmula que nos garantiza ser amados por los que amamos. Es la felicidad personal que crece con el tiempo, en consideración a que el amor inteligente y voluntario es contagioso, y el ser amado obrará en consecuencia.

Si queremos acabar con la corrupción, el egoísmo, la irresponsabilidad política, la injustica económica…, el primer paso debe ser formar a la juventud, de manera que esta entienda que la prudencia es imprescindible para Colombia -vivida, valorada, privilegiada- y que, de lo contrario no tenemos futuro. Y que no sigan diciendo que las virtudes son parte de la “post-verdad porque este es el veneno con que nos tienen arrodillados. Mientras que, si somos prudentes, partiendo del amor, y las demás virtudes saldremos del abismo: las dificultades se convertirán en retos apasionantes, nuestra democracia será una realidad, el bien común el pan de cada día. Y nuestros hijos tendrán un futuro mejor. Y seremos un País grande, soberano y libre.